Me he
preparado una cena sencilla y he salido a la terraza a disfrutarla. El
“banquete” no puede ser más simple: un tomate de Muchamiel cortado en rodajas,
espolvoreado con finas hierbas y decorado con aceitunas aliñadas, acompañado
de unas rodajitas de lomo embuchado y jamón de pavo. Si os preguntáis dónde
está el lujo os diré que, desde luego, no se encuentra en la comida sino en el
lugar desde el que la disfruto.
Incluso de
noche, estar en mi terraza es un privilegio. Es mi pequeño mundo azul, porque
desde él sólo veo el cielo y el mar, un relajante universo en tonos añil, índigo
y acero, y lo único que escucho es el eterno murmullo de las olas (de ahí el
nombre del blog).
Anteayer, en
mi primera entrada, estaba muy cabreada, nerviosa y desilusionada. Pero yo no
soy así, no estoy disgustada con la vida (solo con algunas partes de ella, o
mejor dicho, con algunas de las personas con las que la he compartido). Y
cuando escribo, me gusta hacerlo sobre cosas que amo, que me hacen sentir bien
o que despiertan sonrisas. Los malos rollos suelo dejarlos a un lado pues
dedicarles lo que considero la mejor faceta de mí misma -mi creatividad y el
poco o mucho talento que tenga como escritora- me parece un crimen y una pérdida de tiempo y
energía.
Así que
re-empiezo el blog con el firme propósito de dejar atrás los malos momentos,
las malas influencias y los desastres personales. El olvido es el lugar que les
corresponde, el que merecen. Voy a seguir disfrutando de los pequeños
placeres que me brinde la vida, en este instante de mi cena (que va menguando mientras escribo), de mi universo azul y del cariño de la gente que me aprecia y con la que intento compartir estos instantes privilegiados.
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