He estado escaneando y
mandando unas antiguas fotos familiares a mis primos y sobrinos. Cuando
seleccionaba a quién enviarlas en la lista de contactos de Yahoo he visto la dirección
de e-mail de mi madre. Tiene todavía abierta la cuenta de Facebook que yo le
creé, en cuya foto de perfil aparece la de un gatito que escogimos juntas y que
le encantaba. Cada vez que aparece en pantalla me pongo muy triste porque la
echo muchísimo de menos, pero me niego a eliminarla, tengo la impresión de que
si lo hago sería como borrar parte de ella y no quiero hacerlo de ninguna de
las maneras, por muy irracional que parezca.
Me he puesto a
pensar en ella y en mi padre. En lo rápido que pasan los años y en cómo se
borran algunos recuerdos. Sin embargo, otros permanecen como si hubiesen sido
marcados a fuego. Yo recuerdo los últimos años que pasamos en el chalet. Mi
madre, él y yo compartimos muy buenos momentos juntos, instantes que espero
recordar siempre.
Me acuerdo de que hacíamos churros los domingos por la mañana, sin excepción. Mamá
se comía unos cuantos, pero entre mi padre y yo acabábamos con dos bandejas. ¡Que ricos estaban! Nos los tomábamos con nuestra bebida favorita en unos
tazones de desayuno que compré para los tres, cada uno en un color: el de mi padre era azul, y lo tomaba lleno de café con poca leche; el de mi madre, amarillo, era casi al revés, leche manchada. Y yo… pues me tomaba mi Coca-cola light, claro, o un zumo de naranja. Eran momentos nada trascendentes pero intensos. Intensos porque
yo me sentía muy feliz y sé que mis padres también.
Recuerdo
también cuando nos sentábamos ha hacer el pedido de Bofrost. Mi madre era la
más sensata y pedía comida “práctica” (y más o menos sana) pero papá y yo nos
dejábamos llevar por el capricho y encargábamos montones de polos y helados que
luego guardábamos en la cuba del garaje y nos zampábamos sin tregua. Y cuando
compartíamos una Coca-cola pasaba como en el cuento de los tres ositos, aunque
con los roles cambiados: el padre se tomaba el vaso grande, la hija el vaso
mediano y la madre el pequeñín (a mamá no le hacía demasiada gracia la cola).
También nos
poníamos ante el ordenador para buscar cositas con las que entretener a “las
nenas”, como llamaba mi padre a sus nietecitas, desde dibujos animados hasta
las canciones que ellas tarareaban.
Fueron
momentos, como he dicho antes, nada trascendentes pero geniales, que espero no
olvidar jamás por mucho tiempo que pase. Y espero, de alguna manera, haber
devuelto a mis padres en ese tiempo (y después) algo del amor que recibí de
ellos durante toda mi vida.
Imágenes tomadas de la red. Si el autor lo solicita, procederé
a retirarlas del blog.
jo me has emocionado. Deseo de corazón que esos instantes vividos permanezcan siempre en tu corazón. A tú padre no lo llegue a conocer, pero cuando me has hablado de él en infinidad de ocasiones me a recordado siempre a mi abuelo, eran muy similares en gustos y aficiones, y a tu madre que te voy a decir, Tengo muy buenos recuerdos y un gran cariño que perdurara siempre. besos y gracias por compartir grandes recuerdos y emocionarme. tere
ResponderEliminarMi madre te quería también un montón. Me alegro de que te haya gustado
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