Siguen las
tareas de remodelación de la fachada de mi casa y esto parece ahora, como me ha
dado por pensar, el “paraíso en obras”. Todas mis increíbles vistas están
eclipsadas por andamios y por una malla color violeta que han puesto como
protección. Y justo a la altura de mi piso han puesto una pancarta que anuncia
la empresa encargada de las faenas. No me quejo, que conste, porque me quita un
poquito del sol del que antes me protegían los toldos que retiraron el viernes
pasado. Uf, qué jaleo.
Mi nueva
rutina diaria es la siguiente: me levanto temprano y desayuno, para poder
hacerlo sin sentirme observada; luego, cuando todo está ventilado, cierro el
balcón y las ventanas para que no entre nadie y saco a pasear con el perro.
Para cuando vuelvo, los obreros ¡ya están aquí-í! Y comienza la diversión:
vocean, pican, martillean, taladran y perforan, sobre todo perforan; y Fibi
ladra, que es lo suyo, para unirse a la banda sonora de mi vida actual. Así
paso toooodo el día, menos a la hora de comer que me dejan descansar y puedo
abrir un poco las ventanas. De noche también tengo que tener cerrado, porque
puede entrar toda clase de “basura”, incluso de la de dos patas.
¡Con el calor que hace todavía y yo aquí
encerrada! Y es que si abro se me cuelan cascotes y polvo, amén del estruendo
de los trabajadores, que me provoca un dolor de cabeza colosal. Y de espalda,
porque me toca volver a limpiar todo lo que había limpiado ya. Si quisiera
podría estar así todo el día, pero no quiero. No me apetece entrar en esa clase
de bucle, los bucles… para el pelo.
Para más INRI,
como esto son todo cristaleras, estoy con las cortinas corridas
para concederme un poquito de intimidad. Y ni por esas porque mientras escribo
aquí pegada a la ventana me ven a través de los visillos (y también yo los veo ir
y venir de arriba abajo, como hormiguitas trabajadoras… o como zánganos… por el
ruido que hacen y, además, porque se lo toman con una calma que pa’ qué).
Me quedan dos
meses como mínimo de tortura, ya veremos cómo me las arreglo. Por ahora llevo ya
unos días prácticamente confinada en el dormitorio. En una entrada anterior hablaba de mi apartamento de 44m2 y
de las cosas a las que había renunciado para vivir en él. Ahora podría comentar
sobre lo mucho que se puede hacer en una sola habitación. Y es que el que no se
conforma es porque no quiere.
Y mientras
escribo continuo escuchando el ruido, más ruido, siempre ruido.
Imagen tomada de la red. Si el autor lo solicita, procederé
a retirarla del blog.
Lo que vas a disfrutar después va a ser infinitamente bello.
ResponderEliminarSi pero mientras... ¡¡¡¡¡¡¡Ruiiiiiiido!!!!!!
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