Mi tía Mari Lola (tía de las tías, madrina
ejemplar y mujer de bandera) solía utilizar este refrán para referirse a lo
poco maduros que son algunos hombres, comparando así el afecto que te entregan
con el que dan los niños. Este dicho nos advierte de la inconsistencia de los
sentimientos de la edad infantil, en la que todo es “cambio que pasa como agua
por un cesto” y, dada su escasa consistencia, nos “previene” de la poca
confianza que se debe tener en dicho afecto. A veces también se usa para al hablar de la falta de fiabilidad de
los amores de adolescentes.
Ni el cesto está hecho para contener el
agua en su interior, ni el corazón de un niño para contener el amor. Tampoco
-según mi opinión y experiencia- el de determinados hombres y, si habéis leído
alguna entrada anterior en este blog (sección “El latiguillo”) ya sabréis por
dónde van los tiros.
Sí, de nuevo vuelvo al tema, pero es que
estoy muy dolida y necesito sacar la ponzoña de mi interior para desintoxicarme.
Y escribir sobre lo que pienso o siento, me ayuda. Esta “venganza” que ya he
calificado en otras entradas como “descafeinada y edulcorada” (creedme, si
quisiera una venganza al uso podría lograrla muy fácilmente) es la forma que tengo de “desmitificar” a
alguien que me importó y que me ha hecho muchísimo daño; es una herramienta más
para sacar de mi interior la frustración y la tristeza, riéndome incluso de mí
misma; es, simplemente, un modo de abordar lo que siento sin que me duela
demasiado… y de tomarme la revancha un poquito, que mira que resulta
gratificante. Y divertido.
Por eso, al acordarme de este refrán, he
pensado dedicárselo a Marcos y usarlo para mi entrada de hoy que destila un
poquito de veneno y mucha ironía. Así que ya sabéis:
“Amor de
hobbit, agua en cesto”.
¿He dicho de
hobbit? Quería decir “de niño”… es que la edad no perdona.
Feliz domingo a todos (o a casi todos).
*”Mi hobbit” era el apelativo cariñoso que le
di a Marcos
Imagen tomada de la red. Si el autor lo solicita, procederé
a retirarla del blog.
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