Hoy estoy
borrascosa, como el tiempo. Todo es de color acero: el cielo que presagia
lluvia, el mar, la silueta de la costa… y mi ánimo. Estoy preocupada por
algunas personas que conozco que pasan por problemas familiares bastante
peliagudos y a las que no sé cómo ayudar. También me pone un poco triste pensar
que mi amiga Toñi se marcha a finales de septiembre, aunque sea sólo por unos
meses, y ya casi la echo de menos.
Me encantaría
que todos los días fuesen “soleados”, que los problemas pasaran por mi lado sin
rozarme y que tampoco afectaran a las personas que me importan. Pero a fuerza
de golpes he aprendido que la vida no es como uno quiere que sea, ni como sería
“justo” desde nuestro particular punto de vista. La vida es como es y cuanto
antes lo aceptemos, mejor para nosotros. Ahora sé que en toda existencia hay
“días grises”, y he aprendido a respetarlos e incluso a amarlos. ¿Por qué no?
Son una parte de mí tan válida como los “días de luz”… y sin embargo, no dejo
de esperar, cuando me encuentro en una situación complicada, que aparezca ese
tibio rayo de sol que convierte toda lluvia en arco iris.
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