sábado, 31 de octubre de 2015

La llamaban “Roja” - Micro de Halloween


Los adultos la llamaban “Roja”, suponíamos que por el color de su cabello. Hablaban muy poco de ella y cuando lo hacían era con un miedo atroz, casi con reverencia. Creo que si no hubiesen tenido que advertirnos de que nos alejásemos de su camino ni la hubieran mencionado. Muy pocos habían sobrevivido a un encuentro con la que se había convertido, desde hacía nueve años, en nuestra mayor amenaza. Se decía que disfrutaba prolongando la tortura de sus presas, jugando con ellas. Era un depredador que no conocía la piedad.
Mi hermano pequeño escuchaba estas historias con una atención desmedida, pero no era la inquietud lo que le hacía reaccionar así. Joven e inexperto, se reía de un temor que le parecía pueril y las advertencias de peligro no hacían más que acrecentar su interés. Quería probar su valor. Una tarde, desoyendo advertencias y desobedeciendo órdenes, se fue al encuentro de la bestia.
No pude impedirlo, cuando me di cuenta de adónde había ido ya era demasiado tarde. Corrí, con todos mis nervios en tensión y el corazón martilleando desaforado en el pecho. Seguí sus huellas a través del bosque, que me condujeron por esa senda que desearía no haber hollado jamás y le encontré cerca del arroyo: mi hermano yacía en el suelo, cubierto de sangre. Había alguien agachado a su lado, una joven rubia que sostenía entre sus manos el cuchillo con el que acababa de degollar a su presa. Aunque no pude verle el rostro, supe que sonreía. Una vez más, había conseguido su objetivo: había vengado la muerte de su abuelita.
Antes de levantarse y volverse hacia mí, ajustó sobre su cabeza la capucha de su capa color sangre… su caperuza roja.
 
 
Imagen tomada de la red. Si el autor lo solicita, procederé a retirarla del blog.

viernes, 30 de octubre de 2015

Como Linus...


Ayer pasé todo el día con un terrible dolor de garganta y hoy me he levantado peor aún. Estoy hecha polvo: griposa, mocosa, “febrosa” y achacosa. Tengo la garganta como si me la hubiese lavado con una esponja exfoliante y la nariz más roja que la de un payaso. Como un alma en pena, recorro mi mini-apartamento arrastrando la caja de kleenex, el termómetro (tengo la vana esperanza de que si me voy poniendo a cada ratito la fiebre acabará por cansarse y bajará) y mi mantita turquesa (parezco Linus van Pelt, el amigo de Charlie Brown).
Como no tengo muchas fuerzas voy sentándome o recostándome en todo lo que encuentro en mi camino (y que, obviamente, es susceptible de ser utilizado de “percha” o “posa-trasero”): en la silla que tengo frente al ordenador, en el taburete de la cocina, el silloncito del salón, en el sofá… estoy hecha un guiñapo, vamos, pero no me dejo caer, sólo me he desmadejado un pelín en la cama, pero ha sido tan poca cosa que no cuenta como un “desmadeje”  en toda regla.
No encontraba el ánimo para empezar a moverme, pero he recordado una frase que me decía mi padre en estos casos: “tripas llevan piernas”. He seguido el consejo y me he preparado un súper desayuno que he deglutido en tiempo récord pues tenía el estómago huérfano de alimento desde ayer tarde. ¡Me ha caído de maravilla!… aún me estoy relamiendo. Y si bien sigo igual de griposa, mocosa, “febrosa” y achacosa, al menos he conseguido ponerme de buen humor. Ahora tengo la pancita llena, y las ideas se van aclarando. Me doy cuenta de que, si dejo de hacer lo que hago cada día NO PASA NADA, puedo permitirme el lujo de relajarme y descansar.
Reconozco que lo que más me apetecía después de desayunar era escribir un ratito… y como veis me he concedido ese deseo. Ahora, lo que quiero es coger mi mantita, como Linus, acurrucarme en el sofá y adentrarme en el mundo de los sueños con una sonrisa en los labios.

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jueves, 29 de octubre de 2015

Rothenburg-ob-der-Tauber, una celebración de los sentidos


Visité Rothemburgo hace muchos años, durante un viaje que hice por Alemania y la Selva negra con un grupo excursionista. Esta preciosa ciudad está situada entre Nuremberg y Heidelberg, y su nombre significa “fortaleza roja sobre el río Tauber”. Me gustó muchísimo, fue amor a primera vista.

Lo primero que atrajo mi atención fueron las calles pavimentadas con piedras que, como el camino amarillo que llevaba a Oz, parecían conducir hasta un mágico mundo de cuento de hadas. Podías ver en ellas a los artistas en sus pequeños teatros de marionetas distrayendo a los niños que, sentados en corro, reían y aplaudían con júbilo.
Había infinidad de tiendas de juguetes, ante cuyos escaparates se paraban tanto chicos como mayores. En ellos descubrí las más bellas muñecas de porcelana vestidas con trajes de época y también sorprendentes juguetes de cuerda hechos en madera que harían las delicias del niño más exigente; las marionetas llenaban estantes enteros… daba la impresión de que allí podrías encontrar cualquier cosa que te pidiera la imaginación. Por un instante esperé ver aparecer a Gepetto acompañado de su pequeño Pinocchio hablando con los clientes, o a la pequeña Caperucita roja, cogida de la mano de su abuelita, en busca de una nueva muñeca.
Y las casas también eran de cuento. Algunas parecían estar hechas de chocolate, galletas y dulces, como la de Hansel y Gretel. Los muros eran de un suave naranja, beis o rosa pálido, y los tejados, rojos y verdes. Había flores por todas partes,  cada balcón era un estallido de púrpura, granate y oro. Hasta los escaparates de las farmacias eran originales, con sus decoraciones en oro y sus carteles grabados en madera
Se respiraba paz en cada rincón. En algunas callejuelas lo único que se escuchaba era el susurro plateado de las fuentes o la campana de la torre del reloj anunciando el final del día. El perfume del aire fresco se mezclaba con la fragancia del pan recién hecho. La comida también resultó deliciosa: probé el chucrut por primera vez y me encantó, y también  las patatas con crema, queso y beicon cocinadas en la chimenea… y salchichas con toneladas de mostaza. ¡Qué ricas estaban, junto a una cerveza bien fresquita servida en una jarra helada!
De noche, mientras caminábamos por unos jardines, pudimos oír una serenata. Escondido en las sombras, un músico callejero tocaba su violín. Fue muy romántico, recuerdo que pensé que era el final perfecto para una jornada perfecta, un día consagrado a la exaltación de los sentidos en un pueblo que podría fácilmente ser descrito en uno de los de los cuentos de los Hermanos Grimm.





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miércoles, 28 de octubre de 2015

Oda a una derrama

         Parecía que no iban a acabar nunca; los obreros que han estado arreglando la fachada del edificio en el que vivo, volvían cada lunes… como las golondrinas de Bécquer o los vencejos de Unamuno o los anuncios de turrones en navidad, y me sobresaltaban con sus dulces y armoniosas vocecillas:
– ¡Fabián, sube la llana! ¡La llaaaana!
– Coño, pídesela a Elvis. ¡Elvis… ELVIS!… ¡La llaaaana, Elvis!
– ¡Baja la artesa y te la echo! ¡La artesa… baja la ARTEEESA, joder!

Y así desde hace ya un mes, una semana y seis días, toda una condena (snif). El jefe de obra, que miente más que habla, nos aseguró la semana pasada que al fin de la misma quitarían el andamio para marcharse al bloque vecino… pero han tardado mucho más de lo previsto. Al fin me han despejado la terraza, sí, pero aún quedan detalles para solucionar y se me está haciendo más que eterno.  
Hoy ¡por fin! se largan pero no lo van a hacer muy lejos puesto que toca la rehabilitación de las casas que están pegadas a la mía. Sólo se desplazan  unos metros por lo que voy a tener un recordatorio perenne de su presencia: voces, ruidos, polvo, escombros en la calzada y otras muchas de estas “pequeñas alegrías”. Aunque,  para recordatorios, los que me manda el banco cada mes. Esos sí que joroban, primero el bolsillo y luego el ánimo. Pero como las cosas hay que tomárselas con sentido del humor (y espero que resulte evidente que yo lo hago o, al menos lo intento) he escrito un poemita, con el que os dejo. Aunque es una bobada espero que os guste, yo me he reído mucho mientras lo componía.

Oda a una derrama                                    

Criatura odiosa y temida                          
que te arrastras por mi vida                     
y sin piedad                                                
arrancas de mi bolsillo
lo que tanto sacrificio
me había costado ahorrar.
                              
Eres tenaz sanguijuela.                             
ladina, cual mujerzuela,                             
y pertinaz                                                    
pues mes a mes me vacías,                      
llevándote mi alegría…                             
¡Ay, bien sé que volverás!                      

Llegas sin que se te invite                       
cual gorrón en un convite;                      
con maldad                                                 
me robas mis ilusiones,                            
deshaces mis ambiciones                         
y vuelves a pedir más                                                                                           

Eres, derrama, un infierno                        
ser salido del averno…                             
¡Vete ya!                                                     
¡Aléjate de mi lado,                                   
y quédate en el pasado                            
para nunca regresar!                                 
 

 
Imagen tomada de la red. Si el autor lo solicita, procederé a retirarla del blog.

martes, 27 de octubre de 2015

Parecidos razonables


Cuando mi perrita sale de buenas a pasear (y eso sólo ocurre cuando la saco tempranito, pues en el resto de las veces tengo que arrastrarla un rato antes de que ceda y camine a mi paso) va olisqueándolo todo, como si fuese la primera vez que visita en lugar. Sé que es una conducta normal y sana en un perro, pero hay veces que resulta demasiado “intensa” para mí. Se detiene en cada farola, en cada papelera, en cada bolardo... es desesperante. Entonces me da por pensar que parece que vayamos haciendo un Vía Crucis. Me falta el rosario en la mano, un velo sobre la cabeza… y la actitud de recogimiento, claro. Y a ella, una toquilla negra sobre la chepa.
También parecemos una curiosa parodia de la serie de televisión “Monk”. Yo sería Natalie o Sharona (mejor “Charona”, para españolizar el nombre y adaptarlo al mío) y Fibi representaría a Adrian. Al igual que mi detective favorito, que padece un trastorno obsesivo-compulsivo, mi mascota se para a rozar capa poste que encuentra en su camino.
Otras veces le digo (porque se lo digo, no lo puedo evitar, alto y bien clarito para que todo el mundo se entere) que parece Grissom y que nuestras salidas podrían tener como título “C.S.I. La Isleta”. Parece que quiera averiguar a quién pertenece cada aroma, como si fuera a hacer un censo de la población de La Albufereta. Hoy mismo le he prometido que si se porta bien, para Reyes le regalo un kit de análisis de ADN, a ver si así le cunden más nuestras excursiones.
Y entre que yo canturreo, o le hablo, o silbo a los pájaros y ella se detiene en cada farola, en cada papelera y en cada bolardo… parecemos “la extraña pareja”, aunque aún estoy por decidir si me quedo con el rol de Water Matthau o el de Jack Lemon… ¿qué pensáis vosotros?
 
 
  


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lunes, 26 de octubre de 2015

Microrelato - Ecos bajo la luna



 

La luna destila mercurio sobre mi cabeza. Subo las solapas del abrigo mientras me interno en el callejón. El aire invernal convierte mi aliento en nubes ateridas de blanco roto.
Doy un paso, dos. Me sorprende el eco: un paso, dos. Continúo caminando y el fantasma de mis pasos me persigue, repitiendo mis movimientos.
Un paso, dos. Me detengo.  Eco: un paso, dos… tres.
No quiero girarme, no debo girarme… me giro y la descubro a lo lejos, acechando. No se esconde, no disimula. La lengua se me ha convertido en metal y el frío congela sobre mi rostro las gotas de sudor. Retomo el camino. De nuevo escucho mis pisadas y su fatídico eco, cada vez más cercano. No intento correr, no servirá de nada, pero tampoco dejo de andar.
Veo la puerta de casa pero sé que ya es tarde, demasiado tarde: la siento a mi espalda. No me vuelvo, esta vez no. Oigo el frufrú de su capa, tan negra como la noche y escucho como la hoja de su guadaña corta el aire hasta hendir mi cuello.
La luna sigue destilando mercurio sobre mí cuando la muerte me mira con sus ojos de cuencas vacías y sonríe.

Fotografía de +Juan Cabezuelo 



     
 

domingo, 25 de octubre de 2015

Simplemente... magia


Siempre he estado convencida de que fui hechicera en otro tiempo, de que tenía el poder de hacer magia, magia verdadera. Pero eso no es algo que me sorprenda pues todas las mujeres de mi familia, de un modo u otro, han tenido ese don, el de invocar a los elementos para conseguir prodigios. Mis abuelas lo hacían y sus madres antes que ellas. En los tiempos difíciles, mientras los hombres libraban combates en el campo de batalla, ellas se las veían con los auténticos enemigos: la escasez, el hambre, el miedo, la soledad; y aún así eran capaces de levantarse cada día para emprender su lucha privada y  hacer sortilegios: exorcizar el miedo de un niño, hacerle creer que la bondad sigue existiendo a pesar de la miseria que la circunda  y creerlo una misma. Mis abuelas eran hechiceras de este tipo, heredaron la sabiduría de todas sus predecesoras y se la transmitieron a sus hijos del único modo que conocían: con amor.
            También mi madre tenía algo de bruja. Más de curandera, quizá. Ella me ha enseñado a restañar las heridas con ternura y esperanza. Ella y mi madrina, otra luchadora nata con alma de chamán y mente de guerrero,  lidiaron en dos bandos: dentro y fuera de casa; de ellas aprendí que, aún en tiempos de paz, la mujer continua peleando, librando su cruzada cotidiana: una batalla para lograr tener una vida privada y un reconocimiento profesional; una lucha para no confundir las dos esferas; un combate para conseguir un poco de equilibrio.
            Yo no soy de esa clase de mujer; tengo más de mística que de luchadora, más de druida que de guerrera. Yo juego con la magia de las palabras tratando de llenarlas del legado de pasión y ternura que he recibido de mis abuelas, de mi madre y de mi madrina. Intento comunicar a mi modo este aprendizaje vital que, sin palabras, ellas me fueron transmitiendo. Y también soy capaz de provocar milagros, pequeños, de esos que sólo detectan de cuando en cuando los seres queridos a quienes van destinados.
            No utilizo varita ni preparo brebajes (o al menos no muy a  menudo) pero sí intento que la gente que me importa sepa que puede contar conmigo y sano mis propias heridas con la esperanza, intentando superarme a mí misma sin perder mi identidad.
            Sé con certeza que los milagros cotidianos existen, los he disfrutado, los he provocado. Milagros pequeños de día a día, milagros de bolsillo  y milagros de ida y vuelta, porque todo el amor que entregas regresa a ti multiplicado. Sé que esto tiene un nombre, pero no me preocupa desconocerlo. Yo lo llamo simplemente magia.

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sábado, 24 de octubre de 2015

Café y risas


            Una mañana de verano Toñi y yo visitamos nuestra cafetería francesa favorita (y hago bien en utilizar el posesivo porque dado lo que consumimos allí, ya debería ser de nuestra propiedad). Después del desayuno acostumbrado y de compartir risas y confidencias, mi amiga me dejó un momento para ir al aseo. Cuando volvió tenía una expresión indescifrable en la cara, pero le duró poco porque siempre cuenta las cosas a borbotones: había ido al baño de señoras y se había encontrado a un hombre en él haciendo sus necesidades.
            Al llegar había llamado a la  puerta para ver si estaba ocupado y nadie había respondido. Llamó dos veces más, con el mismo resultado. El pomo no giraba, pero como era parecido al que tiene su hija en el baño de casa tardó poco en apretar, virar y, al fin, abrir. Y entonces es cuando se encontró el pastel… y nunca mejor dicho porque el caballero estaba haciendo aguas mayores.
            El tipo se indignó porque le habían abierto la puerta (no es para menos) pero la culpa fue suya en realidad porque se metió en el baño equivocado y estoy casi segura de que lo hizo a propósito. Pensadlo. Si yo fuera hombre, también preferiría apoyar mi trasero en inodoro del aseo de señoras, nosotras no salpicamos.
            Al día siguiente volvimos a desayunar allí, esta vez acompañadas por Tere y  le contamos la aventura del día anterior. Nuestra común amiga se escandalizó en los momentos adecuados, compartió nuestras risas y  nos dio la razón sin dudar: ¡Menudo morro debía tener el sujeto en cuestión! ¡¡¡Mira que meterse en el baño de señoras!!! ¡Con lo clarito que está indicado en la puerta!
            No sé si fue de tanto hablar de aseos que a Teresa le entraron ganas de usarlo. Se levantó de la mesa y se dirigió a los servicios. ¡Adivinad en cuál se metió! Y es que…  ¡¡¡nos pasa cada cosa!!!






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viernes, 23 de octubre de 2015

Ena(mar)morada


Desde que me regalaron la cámara el día de mi cumpleaños la llevo conmigo cada vez que salgo a pasear con Fibi, y vuelvo siempre con un montón de fotos, muchas de ellas del mar. A lo mejor pensáis que siempre inmortalizo lo mismo, pero no es así. Puede que la costa sí sea la misma, pero el mar es cambiante, al igual que el cielo, y yo no me canso de contemplarlo.
Me gusta mi mar en los días despejados, cuando las olas reflejan los brillos del sol. Entonces tiene tonalidades verde y azul claro, que cuando amanece se unen a los destellos anaranjados y al rosa pálido del cielo y, en el crepúsculo, al violeta y al gris perla. Si hay viento suave, se ven como borreguitos blancos, semejantes a las nubes, sobre las ondas turquesa pero dibujados con burbujas salinas. Si hay temporal, es impresionante observar como rompen las olas en el espigón, inundándolo todo de algas y espuma, verde y plata.
Me fascina contemplarlo de noche, con la luna delineando figuras imposibles en su superficie de espejo, perlando el oleaje con brillos nacarados. En esos instantes, cuando el mar se viste de gala y luce sus mejores joyas, su visión resulta sobrecogedora, casi hipnótica.
En los días nublados, cuando amanece cubierto de nubarrones o simplemente no brilla el sol, el mar se tiñe de acero, del mismo tono de la tinta que uso cuando escribo con pluma (que, siendo como soy, no puede ser de un simple “azul marino”, faltaría más). Nunca me han gustado los días nubosos, nunca… hasta ahora. Desde que vivo en este pequeño apartamento en la playa incluso esos días me ofrecen un espectáculo mágico, un ambiente distinto pero no por ello menos apetecible. Ahora los veo con otros ojos y siempre encuentro algo que admirar, porque también ellos tienen su belleza.
Puede que sea porque he cambiado con la edad y mis gustos son ahora distintos. A lo mejor es porque he “madurado” y en esta etapa busco la belleza hasta en los días grises. O quizá sea, simplemente, que estoy enamorada. Enamorada de mi mar.

Canción de mar  

Canción de espuma plateada,
versos de lengua rizada,
besos de sal.
Ecos de mil caracolas
vibrando bajo las olas.
Inmensidad.
Mar insondable y sin dueño
condúceme al dulce sueño
con tu cantar.

Fotos - Autora: Chari BR7

jueves, 22 de octubre de 2015

¡Ya llegarás, ya...!


Voy en el tranvía o en el autobús y me desespero. Los adolescentes (y no tan adolescentes), repantigados sobre los asientos, con la mirada perdida y los auriculares del móvil o el mp4 en los oídos, parecen ajenos a lo que les rodea o más bien se hacen los tontos para no ceder el sitio a personas que lo necesitan más que ellos. Otros, directamente, te miran a los ojos como queriendo provocarte, como diciéndote: “Yo he llegado primero, el sitio es mío, haber espabilado”.
¿Sabéis que les diría… además de algún que otro taco que se me pasa por la cabeza? Pues una simple frase, una de tres letras, que solía emplear mi tía Mari Lola cuando se encontraba en una situación parecida, si notaba que alguien no respetaba “sus canas” o se burlaba de ellas. Y es la siguiente: “¡Ya llegarás, ya…!”
Es una frase que habla por sí misma, que lo resume todo. Escucharla era como oír una sentencia, o una maldición gitana, o las dos cosas a la vez. Ahora la uso yo, más a menudo de lo que me gustaría. Y digo eso porque me parece una pena que se pierda la educación, el respeto hacia los mayores y unos valores que nos ennoblecen.
Y no es que necesite siempre que me cedan el asiento, no soy una ancianita aunque tenga mis achaques, pero he llegado a ir con el brazo derecho en cabestrillo y nadie se molestó en dejarme su lugar. Es terrible que nos deshumanicemos de este modo, porque me parece algo más que una simple falta de educación; es “deshumanización” cuando un chaval no se levanta de su asiento para que lo ocupe un anciano, o alguien que va con muletas, o una embarazada.
A estos que no se preocupan más que de arrellanar sus jóvenes posaderas en los asientos de tram y del bus, les daría más que fuerte con mi “latiguillo”, pero como eso es imposible (¡por desgracia!) habré de conformarle con esperar a que la vida o el karma les pase factura y, mientras,  les dedico (como haría mi tía) un sonoro:
¡Ya llegarás, ya…!

                      (Y me permito añadir: ¡¡Si llegas!!)



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miércoles, 21 de octubre de 2015

Me gusta cantar


De niña escuché una vez a “mis mayores” hablar de las cosas que desearían tener y no poseían. Parece una conversación curiosa, llena de morbo y que debería recordar de “pe a pa”, ¿no? Pues no debió ser para tanto, porque apenas me acuerdo de  nada, excepto las palabras de mi tía Mari Lola:
“Yo hubiese querido tener una buena mata de pelo y una gran voz”.
Entonces me sonó algo tonto. ¡Vaya deseos más simples tenía mi madrina! Y sin embargo, con los años, descubro lo mucho que me voy pareciendo a ella… incluso en estas pequeñas cosas. Aparte del pelo, cuestión en la que no voy a abundar para no deprimirme, daría lo que fuera por tener una buena voz.
Imagen tomada de la red. Si el autor lo solicita, procederé a retirarla del blog.
Me gusta muchísimo cantar y lo hago siempre que puedo: canto cuando estoy feliz, cuando me levanto de buen humor; canto en la ducha y  cuando paseo a Fibi, y también mientras limpio y mientras cocino… pero también canto cuando estoy triste, o nerviosa, o cuando algo me da miedo.
Es una expresión de mi alegría, pero también es una especie de “mecanismo de defensa”, un automatismo un poco idiota y que no suele funcionar pues cuando dejo de cantar la tristeza, el nerviosismo o el temor siguen estando ahí. Lo sé muy bien y no espero, pues, un resultado milagroso pero sé que cantar también me ayuda a pasar el mal trago. ¿No dice el refrán que “el que canta sus males espanta”? Pues eso.
Lo malo es que no tengo voz. Bueno, sí que tengo, pero chiquitita, diminuta, enana, irrisoria, minúscula, pobre (puedo seguir, que os quede claro, pero esto se haría muy largo). Supongo que con la edad se va perdiendo fuelle, amén de que nunca he hecho nada por educarla. Y por eso, a veces, me quedo sin aire a mitad de una estrofa. Qué asquito. Y es una pena, porque, a pesar de lo pequeñita que es mi voz, de su escasa potencia o de la ausencia de la misma, no desentono y, según me dicen, es bonita, tanto que “podría trabajar en la radio”, según algunos. (¡¡Cómo si sólo fuera cuestión de voz!!)
Ahora comprendo lo que quería decir mi tía con aquellas palabras que tan vacías me parecieron cuando las escuché. La entiendo y comparto ese deseo, que dista mucho de ser tonto si se tiene en cuenta lo mucho que me gusta cantar  y lo que le encantaba a mi madrina. Si estuviese aquí ahora, me soltaría uno de sus consabidos “¿Lo ves?” con los que quería dar a entender que lo que ella decía iba a misa y que siempre tenía razón. Y en este caso tendría que aguantarme porque… ¡vaya si la tenía!

martes, 20 de octubre de 2015

El día que el diablo casi sonrió


Solían decir que el diablo no se reía nunca y era cierto: Sor Sacramento, también conocida como “el diablo”, jamás sonreía. Quizá no pudiera o no supiera, o quizá simplemente es que se complacía en ofrecer a sus pupilas ese eterno gesto de desagrado que tanto nos atemorizaba. Sin embargo en una ocasión estuvo a punto de hacerlo, y es en ese instante (o un pelín antes, para ser precisos) cuando comienza mi historia.
 
La comida en el colegio era terrible. Durante los años que permanecí en él me convertí en una experta en el arte de camuflarla y deshacerme de ella. Una auténtica Houdini. Las monjas no me cogieron ni una sola vez, pero sabía que Sor Sacramento empezaba a sospechar, pues la había sorprendido vigilándome en más de una ocasión.
Ese día estaba tratando de librarme de una patata cocida que estaba más repugnante de lo habitual. Quise tirarla por una de las ventanas que daban al patio, pero había amanecido ventoso y las cristaleras estaban cerradas a cal y canto, así que escondí la patata en el bolsillo de mi “baby” y , dado que los baños y las papeleras estaban muy controlados, decidí enterrarla. ¡¿Qué queréis?! Tenía sólo once añitos y estaba nerviosa, cansada y muy hambrienta… así que no se me ocurrió nada mejor.
Sabía que había un trocito de patio sin pavimentar situado en una de las esquinas y no solía estar vigilado, así que me dirigí hacia allí con todo el disimulo del que fui capaz. En cuanto me aseguré de que nadie  me observaba cogí una piedra, me arrodillé y comencé a cavar pero al poco escuché un ruido tras de mí, un suave frufrú y el eco de un carraspeo, y me volví conteniendo el aliento: Sor Sacramento me miraba con el ceño fruncido y los ojos muy, muy abiertos.
¡Casi me desmayo! Esperaba la reprimenda más sonora de mi vida  pero no me dijo nada. ¡Nada! Sus ojos iban de mi cara a la piedra, de la piedra a la patata y vuelta a empezar. Y entonces lo vi: noté una mueca curiosa en la comisura de sus labios, un leve rictus, un gesto que resultaba innatural en su rostro severo. Si, estaba sonriendo, sólo un poquito, apenas nada… Se dio la vuelta sin pronunciar palabra y me dejó sola.
            Cuando les conté esta historia a mis amigas no me creyeron, dijeron que era imposible y que era una trolera. No pude convencerlas de que les contaba la verdad. Y la verdad no era otra que, ese día, el diablo casi sonrió.


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lunes, 19 de octubre de 2015

Cantos de sirena


cantos de sirena
                                                                          
Mar profundo e inabarcable:

quiero deleitarme en tu música imperecedera,
adentrarme en tus dominios
y dejarme arrastrar por las olas,
como si fuese tan sólo una frágil caracola.

Imagen tomada de la red. Si el autor lo solicita, procederé a retirarla del blog.

Quiero que me alejes de la tierra,
donde todo es real y el amor es esquivo,
y me lleves, siempre adentro,
hacia islas ignotas,
pequeños reductos vírgenes.

Allá me dejaré conquistar
por el canto de las  sirenas
y les abriré mi corazón
para que conozcan el calor  y la dulzura
que puede albergar un alma humana.
En mi nuevo mundo aprenderé tu lenguaje
de olas, sal y espuma.
Algún día me devolverás al lugar del que procedo
pero mi alma conocerá, ya para siempre,
tus  secretos milenarios.
Volveré a tierra siendo un poco más sabia,
un poco más paciente.
Y cuando la realidad se me haga tan pesada
que no me permita avanzar,
volveré los ojos hacia ti, mar infinito,
y me dejaré seducir de nuevo por tu voz de cristal y tu piel de acero.
Y los cantos de sirena apaciguarán mi espíritu.


Chari BR7
http://lavozdelasolas.blogspot.com.es/

domingo, 18 de octubre de 2015

Peculiaridades


            Hablar de las peculiaridades de mis amigas es hablar de las mías propias, no sólo por que nos parezcamos en  muchas cosas, sino porque cuando evocas una historia para relatarla, indefectiblemente acabas por hablar de ti mismo.
            Tere, Toñi y yo tenemos mucho en común, pero hay algo en lo que jamás coincidiremos: ellas son reposadas y se toman las cosas con filosofía y yo soy impaciencia en estado puro. Claro que si hubiera que establecer una jerarquía en cuanto a tranquilidad se refiere, Teresa estaría en la cúspide y yo a ras de suelo. Nuestra común amiga es la que guarda un mayor equilibrio entre lo que llamaríamos el estoicismo de Teresa (o su “pachorra”, por decirlo con palabras sencillas) y mis prisas.
            Toñi se marchó con su familia en el mes de agosto y también pasó por Salamanca para ver a una buena amiga. De recuerdo, nos trajo un precioso imán de nevera, tanto a Tere como a mí. Yo lo desenvolví al instante y me faltó tiempo para colocarlo en mi pequeño frigorífico. Teresa recibió su regalo dos días después.
            Ya a finales de septiembre comimos juntas en casa de Teresa. Pues bien, nos dimos cuenta de que aún (¡¡¡aún!!!) no había puesto el imán en la nevera… ¡ni siquiera lo había quitado el papel de regalo que lo protegía! Yo no hubiera podido soportar tenerlo tanto tiempo sin ponerlo, o sin mirarlo, o sin saber qué es. Fue su pareja quien, finalmente, abrió el paquete y colocó el imán en su lugar. Conviene explicar que Tere había empezado a trabajar y no tenía tiempo de nada. Corría más que andaba, y lo afirma una que parece entrenar para la maratón a diario. Pero aún así, sigo afirmando que es la tranquilidad personificada.
            Yo soy más de “aquí y ahora”, como decía mi padre. Si me regalan algo, es raro que no lo estrene pronto y si se trata de un objeto que yo he comprado... aún tardo menos. El último blusón que adquirí me lo puse en la parada del tranvía que hay junto al centro comercial. Me quité el que llevaba (el blusón, no el tranvía) allí mismo (que nadie se escandalice que fue sólo un semi-striptease, porque llevaba debajo un top) y me puse el nuevo justo después de arrancar la etiqueta del precio con los dientes. Todo un espectáculo. Pero es que reservar las cosas no es lo mío y esperar, tampoco.
            Teresa, sin embargo es así, se toma las cosas con una calma infinita. Lo mismo le sucede cuando come. Toñi y yo acabamos rapidísimo y ella siempre se queda rezagada, sintiéndose mal por estar aún con el primer plato cuando nosotras dos ya vamos casi por el postre. Pero es esa misma calma la que la convierte en una persona especial pues te ayuda a mantener la cordura cuando estás en una situación de inquietud con la que a penas puedes lidiar. Lo mismo me sucede con Toñi. Ellas dos saben refrenarme cuando yo me disparo, son el contrapunto a mi impaciencia, a mi nerviosismo. Por eso mismo, quizá, nos llevamos tan bien. Y por eso, sin duda, las quiero tanto.


Imagen tomada de la red. Si el autor lo solicita, procederé a retirarla del blog.

sábado, 17 de octubre de 2015

Reflexiones a la hora del baño

         
 
            Hoy ha tocado baño de mi perrita y quería enseñaros las fotos. He pensado también en contaros su historia, a grandes rasgos, pero dadme un segundo que para eso tengo que sacar el violín (pues tiene momentos realmente tristes, aunque ya los hemos superado):
Recogí a Fibi de una perrera hace ya más de diez años. La chica que nos la enseñó a mi hermana y a mí nos contó que, con sólo seis meses, había sido abandonada dos veces y que había sido maltratada por su anterior propietario. Cuando la vimos, estaba encerrada en una jaula con dos galgas, porque al parecer los perros pequeños le daban miedo. En el momento en que le puse los ojos encima supe que se vendría a casa conmigo, fue amor a primera vista,  y ya no escuché los consejos de mi hermana, que con mucha razón me decía que ese no era el perro que había ido a buscar (pues yo quería uno pequeñito, cuanto más mejor, para que fuera más "manejable").
            En cuanto salimos de la perrera la llevamos al veterinario para que la examinaran y le pusieran el chip. Mientras esperábamos que nos atendieran Fibi estaba muy, muy quieta, casi no respondía a los estímulos, pero mi hermana empezó a jugar con ella… ¡¡¡y desde entonces!!!
            Como buen pastor, nada más llegar a casa se dedicó a agrupar a sus ovejas, que no eran otras que mis sobrinas Ana y Paula (por aquél entonces tenían cuatro y tres añitos respectivamente). Las quiere con locura, a ellas, a Lucía, a mi hermana, a mi cuñado y a mis amigas. Y a mí… en fin, eso no tengo ni que explicarlo. Es un animal cariñoso y noble, que adora a su “familia humana”. Es una pena que sus anteriores propietarios no le dieran una oportunidad. Espero que exista eso que llamamos Karma y que les pase factura.
            Debido al abandono y al maltrato, Fibi tiene algunos “tocados”, aunque nada grave. Le dan pánico los ruidos fuertes, como el que hace la tapa del contenedor de basura al cerrarse de golpe o los petardos. Se esconde cuando sacudo una sábana o una prenda de ropa, y tiene muchísimo miedo de los adolescentes. No podemos pasar por delante de un instituto o de un polideportivo sin que intente sacarse la cadena y huir. Es maniática hasta el hartazgo pero, por lo demás, es un perro bueno, cariñoso, obediente y fiel. Nunca agradeceré bastante el tenerla en mi vida.
            Y por eso, no me importan los sacrificios. Hace unos años tuvo una hernia de disco y la operaron. Al principio no sabían si iba a volver a caminar. Entre mi madre, mi hermana y yo le hacíamos en casa cinco horas de rehabilitación al día, tres para moverle las articulaciones, y otras dos para mantenerla de pie y que recobrara poco a poco el tono muscular. Yo también tengo problemas de espalda y acababa rendida, pero el resultado mereció el esfuerzo: Fibi no sólo puede caminar, sino que hasta puede correr.
El día que la baño es de un trabajo enorme para mí, pero lo doy por bien empleado. Mirad el resultado ¿¿¿no está preciosa???
 
Feliz sábado a todos



 
Fotos de Chari BR7

viernes, 16 de octubre de 2015

Muerte de un hada



Hace años, no sé si muchos o pocos pues depende de cuándo llegue a ti este relato, conocí a un hada. No era de las corrientes, como las que se describía Perrault en sus cuentos o las que recrea Disney en sus películas; no vivía en comunidad con otros de su especie y el entorno en que se movía tenía poco o nada de mágico. Pero era un hada, un hada sin alas, sin varita, y sin más poder que una capacidad infinita para amar.
Tampoco tenía nombre, no al menos uno que a ella le gustase, así que inventó un apodo que resultase poético, evocador y algo misterioso. Quería que fuera poco común y lo consiguió, pero por desgracia fue ese nombre el que atrajo a su vida a la persona que le rompió el corazón.
Los peces y los pájaros no están hechos para convivir. Tampoco las hadas y los hombres. Éste en concreto parecía seguro de sí mismo, cabal, sensato y maduro. Éstos son algunos de los adjetivos que el hada podría haber utilizado para describirle, pero si le preguntaseis ahora quizá no necesitase tantos, le valdría con dos: cobarde y egoísta. Y si utilizara estos calificativos no sería por rencor (o al menos no siempre), sería porque es lo justo, porque es la verdad.
Estuvo jugando con “su hada”, puede que no de forma premeditada, pero era más que evidente que le hacía daño y su egoísmo le impidió dejar de provocarle ese dolor. Acudía a ella cuando se le antojaba, sin tener en cuenta que cada vez que la dejaba, cada vez que incumplía sus promesas, resquebrajaba un poco ese corazón lleno de magia que él decía amar. Y aún así ella cedía, una y otra vez ¿cómo no hacerlo? Nunca había querido antes y no sabía que lo que recibía a cambio de su afecto no era amor, sólo egolatría. Cuando se dio cuenta, su corazón se resquebrajó y sólo entonces pudo ver con claridad cómo era el ser al que le había entregado el alma. Un corazón de hada no es sencillo de curar y el suyo parecía imposible de recomponer… pero sólo lo parecía. Sé con certeza que está comenzando a latir de nuevo.
            Dicen que cuando muere un hada lo único que puede revivirla son las palmas de los que creen en ellas. No es cierto, os lo aseguro, hay algo más. Primero pensé que sería la dulce y fría venganza (que no será una “vendetta” al uso, pero siempre reconforta) pero  luego me dí cuenta de que ese “algo más” es el olvido. Cuando el hada se sintió con fuerzas para desterrarlo de su existencia y de su memoria, sintió que volvía a vivir de nuevo. Y la esperanza echó raíces en su alma.
 
Imágenes tomadas de la red. Si el autor lo solicita, procederé a retirarlas del blog.

jueves, 15 de octubre de 2015

El ritual de la pizza (dedicado a mi amiga Anna, que es su cumple)


 
         Una vez cada quince días, a veces menos si me entra “gusa”, me hago una pizza. Y, aunque la base la suelo comprar congelada para trabajar menos, el resto es todo un ritual, desde elaborarla hasta comerla. Mi pizza está deliciosa, siempre la preparo del mismo modo aunque con el tiempo he ido introduciendo mejoras en el “topping” o “cubierta” (o sea, en lo de arriba, que diríamos aquí).
         Lo único que tiene de malo es que engordas sólo de olerla, porque lleva unos ingredientes que son de todo menos ligeritos. Os explico: primero, extiendo sobre la masa una fina capa de tomate frito. El que uso es “receta artesanal” de Mercadona, que está muy rico y bien de precio.  Tiene que estar muy bien repartido para que luego no salga la pizza demasiado jugosa. Por encima, le pongo una chispa de azúcar. Al principio lo hacía porque el tomate frito que utilizaba podía dar acidez. El que uso ahora no da, pero qué queréis, soy muy golosa y el azúcar le da un saborcillo especial que me fascina.
         A continuación añado un poco jamón de pavo. Tiene que ser del bueno, no vale ese que te venden ya loncheado y que casi gotea. ¡Que grima! Yo lo compro al corte en la carnicería y así me aseguro de que esté rico. Intercalo con el pavo rodajitas muy finas de longaniza del payés (y si no encuentro, de choricito picante que también está de vicio), y encima de los embutidos, todos en cantidades muy comedidas, distribuyo el queso. Utilizo una mezcla de queso de cabra, roquefort y mozarella. El de cabra lo compro en rulo y lo pongo en rodajitas finas;  el roquefort, de cuña, lo uso desmigado. Y el otro, ya viene rallado en su sobre. Una vez colocado sólo resta decorar. Le pongo tápenas, también unas tiritas de tomate confitado y, por supuesto, orégano. El toque final se lo doy con un chorrito de miel, que al principio era muy finito y ha ido aumentando de grosor con cada pizza. ¡No tengo remedio!
         La preparo un par de horas antes de comérmela, porque me gusta fría. ¡Sacrilegio! Pues si, pero para gustos los colores. También me la tomo caliente, por supuesto, pero así me apasiona. Al mismo tiempo, meto en la nevera un botellín de “Coronita”, porque la pizza me gusta con cerveza, y cuando voy a comer ya está helada y deliciosa. Y me preparo también una película, o un capítulo de mi serie favorita porque son el complemento ideal para una comida o cena a base de pizza fría. ¿A que si?   
         La corto en porciones triangulares, pequeñas para poder cogerlas con las manos pues no me gusta usar tenedor y cuchillo para comerla. Las coloco en un plato, junto a un buen montón de servilletas de papel y mi cerveza helada… y estoy lista para disfrutar de una experiencia que, si bien no es nada mística, es toda una gozada. Os dejo, que me espera mi pizza.

Feliz día a todos
 
 
FELIZ CUMPLEAÑOS, ANNA
Es un placer tener una buena amiga como tú
y te deseo en este día (y siempre) toda la felicidad que mereces.
 
 Fotos de Chari BR7

miércoles, 14 de octubre de 2015

Paréntesis, comillas y guiones


Me encantan los paréntesis, van bien con mi mente “acotadora” (sí, ya lo sé, la palabra no está contemplada por el DRAE, pero a mí me mola, define de maravilla lo que intento expresar, a saber: que mi cabecita intenta clasificarlo todo, establecer categorías y acotar los pensamientos, casi hasta etiquetarlos). Son signos de puntuación inestimables, que me gustan muchísimo.
Es fascinante poner cerco a algunas palabras o frases, delimitar su poder y hasta su significado. Por eso creo que no hay relato mío en el que no incluya alguna de estas “verjas lingüísticas” en miniatura.  También me atraen las comillas, cuando se usan para decir lo que acabas de decir, pero de otro modo. Así puedo ser más poética sin llegar a parecer cursi, irónica sin ser cruel o más sincera sin resultar brusca. Es como si con ellas dejase hablar a mi “alter ego” pero sin manifestarlo expresamente, y eso me encanta.  Hasta para cuando pones un “palabro” sirven… ¿lo veis? No sé que haría sin ellas. 
Con paréntesis y comillas tengo la sensación de crear mundos aparte, (“espaciotiempos” alternativos, subtextos dentro del texto, líneas narrativas que pueden resultar aclaratorias… o todo lo contrario). Ambos me ayudan a expresar de forma gráfica mis procesos mentales, aunque he de ser sincera: estos son tan embrollados que a veces tiendo a abusar de ellas. No puedo evitarlo y, la mayoría de las veces, no quiero hacerlo porque están muy afianzadas en esto que constituye “mi estilo” y son parte de mi forma de ser. Las uso hasta en mis poemas, haciendo a veces compañía a mis bienamados guiones, que también sirven como delimitadores de rimas.
Paréntesis, comillas y guiones forman parte de mí y, como al resto de lo que conforma mi esencia, he aprendido a amarlos.
 
 

Imagen tomada de la red. Si el autor lo solicita, procederé a retirarla del blog.

 

martes, 13 de octubre de 2015

Histeria colectiva


            Cuando tenía veintipocos (que tiempos aquellos) participé en un episodio de histeria colectiva. Ahora lo recuerdo con una sonrisa, pero en aquel momento fue una experiencia difícil.
Estaba pasando una temporada en Francia con un grupo de amigas, pues habíamos obtenido una beca de estudios en la Universidad del Franco Condado, Besançon. Una tarde salimos a comprar a unos grandes almacenes y hubo un momento en que nos separamos. Cuando nos encontramos a la hora prevista ante las cajas para pagar la compra e irnos a casa nos dimos cuenta que faltaba una de las integrantes del grupo y era muy extraño porque todas sus cosas, el abrigo y el bolso, estaban en uno de los carritos.
            Empezamos a inquietarnos, nos dividimos y la buscamos por el supermercado, pero cuando nos volvimos a reunir nadie había dado con ella. Todas nos alteramos muchísimo, algunas más que otras, y entonces empezó la histeria. ¡Había desaparecido y era IMPOSIBLE que estuviese fuera pues hacía muchísimo frío, y no podía haber regresado a casa porque estábamos donde Cristo perdió el zapato y, ni llevaba dinero, ni bonobús, ni bolso ni nada… y en aquellos tiempos no teníamos móviles!
            A partir de ahí todo fue degenerando: SEGURO que la habían secuestrado, ella era una persona formal, si hubiera tenido que irse nos lo habría dicho; además, atraía bastante la atención de los chicos, así que era lógico y razonable que alguien la hubiese raptado. Y claro, lo más probable es que se la hubiera llevado a las cámaras frigoríficas, donde sin duda la encontraríamos, descuartizada.
En ese momento ya llorábamos todas. Estábamos tan convencidas y seguras de que algo terrible había sucedido que llamamos a los guardias de seguridad del centro y les exigimos que la buscaran… incluso en las cámaras frigoríficas. ¡¡¡Y lo hicieron!!! O bien nos creyeron entonces o bien se sumaron al ataque de histeria, aunque en el fondo lo que me parece es que no querían enfrentarse a seis españolas chifladas capaces de organizar un incidente diplomático. Así pues volvimos a dividirnos en grupos: unas, acompañaron a los guardas a recorrer el centro y visitar las cámaras; otras, fueron a llamar por teléfono de nuevo a la residencia donde vivíamos, por si acaso la habían visto llegar; otra amiga y yo nos dirigimos a la central de policía más cercana. Acabábamos de  llegar cuando avisaron de que la habían localizado: se había ido al cine con unos amigos que se había encontrado en el centro comercial.
            Los polis nos miraban con una mezcla de pena, enfado y sorna, y nos pidieron con frialdad que no se volviera a repetir semejante episodio. Ninguna sabía bien cómo reaccionar: por un lado estábamos felices de que nuestra amiga estuviera a salvo, pero por otro nos fastidiaba la preocupación y el ridículo que su desconsideración nos había hecho pasar.
Volvimos a la residencia muertas de vergüenza. Ella tardó mucho en regresar, supongo que estaría esperando a que se nos pasara el cabreo. Mientras, el resto de mis amigas y yo, como venganza, no le dejamos nada para cenar. Mejor pasar un poco de hambre que acabar descuartizada en una cámara frigorífica, ¿no?



Imagen tomada de la red. Si el autor lo solicita, procederé a retirarla del blog.