Hay gente que
debe padecer un curioso caso de hidrofobia: tienen pavor al agua de la ducha o
a la del lavabo. El resultado de este temor es un olor corporal profundamente
desagradable que convierte al que lo padece en un “pebetero humano”, y no en el
buen sentido de la palabra.
No
me refiero, por supuesto, a los que sufren "hiperhidrosis" o exceso
de sudoración. Me refiero, simple y
llanamente, a gente que no se lava y que desprende un tufo que se puede cortar
con cuchillo y clasificar por zonas: olor a culo poco limpio, a boca sucia, a
pies, pelo mugriento o sobaco cebollero.
Hoy
he subido varias veces en tranvía y ha sido una tortura, a pesar de que no
iba excesivamente lleno. Algunos parecen
creer que utilizando dosis masivas de colonia se enmascara la falta de higiene.
Permitid que os de una noticia: NO ES ASÍ. La colonia no puede sustituir al
jabón, ni al desodorante, ni al champú, ni a la pasta de dientes. Sólo hace que
se huela como a mierda en el jardín.
Para
colmo de males, el que diseñó el TRAM debió pensar poco en el tema “olores”
pues decidió, alma cándida, tapizar de tela los asientos. ¿¿¿Cómo se le
ocurre??? Así se quedan bien impregnados del aroma a ser humano (y a choto, en
su caso).
Y
¿qué me decís de lo que pasa en los ascensores cuando uno de estos particulares
hidrófobos sube al mismo? Que el resto padece repentinamente de tortícolis
pues sus cuellos y cabezas se van inclinando en dirección contraria a la del
apestoso en cuestión. Y encima no puedes huir.
Entiendo
el miedo. Es una emoción primaria que se deriva de la aversión natural a algo
que percibimos como peligroso y que nos produce ansiedad pero dejadme
tranquilizaros un poco: el agua es bueeeena, el agua es saaaana, el agua no
hace daaaaño.
Y un último
consejo, lector: ¡Lávate, que no encoges!
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