Ya
he contado en relatos anteriores que mis amigas y yo nos apuntamos hace un par
de años a un curso de Escritura creativa. Uno de los episodios más psicodélicos
de aquella temporada ocurrió unos días antes de Navidad. En el centro donde se
impartían las clases había una serie de actos para celebrar las fiestas y uno
de ellos estaba a cargo de nuestro grupo: escribir y recitar una poesía.
No me hubiera
disgustado intentarlo, de hecho, cuando nos hablaron de la actividad enseguida
me puse a trabajar en un poema... pero se me quitaron las ganas cuando la
profesora anunció que se iba a leer uno suyo, “a no ser que alguno de los
alumnos presentara otro en condiciones”.
Qué
queréis que os diga, en mi tierra eso no se hace. Si se trata de motivar a los
alumnos no se les exige tanto, ni se les hace sombra de ese modo. Si la
celebración consistía en leer un texto realizado por alguien de la clase creo
yo lo lógico hubiera sido dar a conocer la labor de los estudiantes, no la de
la maestra. Yo daba por supuesto que presentar el trabajo de uno de tus alumnos
ya supone bastante reconocimiento, pero por lo visto me equivocaba. Supongo que
renunciar a tu momento de fama, por minúsculo que éste sea, es misión imposible
para algunos.
La
clase previa al evento fue una tortura. Las personas encargadas de leer el
poema (Teresa, Toñi y yo nos escaqueamos) se dedicaron a recitarlo en voz alta
una y otra vez, soportando las correcciones de la maestra cuando la entonación,
la intensidad o el timbre no le parecían adecuados. Fue insistente en extremo cuando corrigió a
uno de los alumnos, el único varón que asistía a las mismas, porque no leía correctamente la palabra
“fuego”. Le hizo repetir mil veces la estrofa… o al menos las suficientes para
que pareciera que el pobre hombre estuviese tratando de seducir a una pirómana.
Estuve por ir a buscar un mechero.
Cuando
crucé mi mirada con la de mis amigas supe que estaban pensando lo mismo que yo.
Fue uno de esos instantes de comunicación telepática que conduce inexorablemente
a unas risas compartiendo un café (o una Coca-cola en mi caso) y que nos hacen
exclamar: ¡qué cosas!
Todavia recuerdo ese episodio y me parece alucinante a día de hoy la verdad, sinceramente, no se porque hay mucha gente con tal de tener un minuto de gloria o creerse mejor que nadie, puede hacer estas cosas, fue un momento que me agobie por el hombre sinceramente era una tortura lo que le estaba haciendo, pobre hombre. besos tere
ResponderEliminarSi, pero anda que no nos reímos luego...
EliminarWhat a funny story! Thank you for sharing it, Chari! Instructors and professors can be such fun at times! Have a great week.
ResponderEliminarThank you, Paula, for sharing and comment! Have a great week, too
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