Cerca de mi
casa vive una señora que saca a pasear a sus mascotas, todas las mañanas, a la
misma hora que yo. Lleva a un perrito chiquitín, atado, que es
ladrador, insurrecto y tremendamente enojoso. También lleva a uno grande
que siempre va suelto y que, si bien no ladra, es tan huraño como su
compañero. La dueña, cuyo nombre omitiré
por razones obvias, tiene el mismo carácter que sus animales de compañía, así
que cuando nos los tropezamos le digo a Fibi: “Mira, tres chuchos paseando
juntos”.
Desconozco el
apodo del perro enano, pero el grande tiene un nombre simple y fácil de
recordar: “Blanco”. ¿Por qué se llama así? Pues porque la dueña tiene de
original lo que yo de ingeniero nuclear: el animal es de ese color. Punto. ¿A
que mola?
El chiquitín
es el primero que ladra cuando Fibi y yo nos cruzamos en su camino. Y no sólo
ladra, se lanza a atacar y arrastra a la dueña tras de sí. Y, encima, incita al
grande. Y entonces es cuando realmente comienza la diversión porque, aunque con
los animales puedo lidiar, lo que no soporto son los gritos de la señora, que
vocifera con todas las fuerzas de sus pulmones: “¡Blaaaancooooooo!
¡Blaaaaaancooooo!” Y para colmo de males usa un tono de ultrasonido que
reverbera en mis tímpanos y los deja insensibles durante al menos un cuarto de
hora. Os preguntaréis si hace algo más (y si no os lo preguntáis da igual, yo
os lo cuento de todos modos). Pues no. Solo aúlla, debe pensar que con eso interviene
lo suficiente.
No culpo a los
animales, creedme. ¡Pobres bichos! No me extraña que estén desquiciados con la
falta de disciplina que tienen, a mí también se me iría la pinza si me dieran
órdenes contradictorias todo el rato. Y no pretendo haceros creer que Fibi es
un modelo de virtudes, yo tampoco soy la mejor ama el mundo, pero al menos yo la llevo atada y controlo lo que hace o
por lo menos lo intento, y lo primero es llevarla siempre con su correa.
Son pocos minutos los que estamos juntos, pero
intensos. El perro pequeño se calla una vez cumplida su misión que no es otra
que provocar a los demás, y deja de tirar de la cadena. En ese momento su ama
empieza a caminar a largas zancadas pero con parsimonia, acompañando cada dos o
tres pasos con uno de sus berridos huracanados. “¡Blaaaancooooooo!
¡Blaaaaaancooooo! ¡Blaaaaaancooooo!”
Cuando llego a
casa aún puedo oír su voz a lo lejos, y sé con certeza que habrán encontrado a
otro a quien molestar.
Imágenes tomadas de la red. Si el autor lo solicita, procederé
a retirarlas del blog.
Desde luego esta claro que como tú bien dices, los animales no son si no el reflejo de su dueña, y la verdad aunqeu imagino yo que intentar que un animal no ataque por muy pequeño que sea, se podra conseguir, pero claro me da la sensación de que la dueña no tiene mucho interes por lo que se ve. Y desde luego berrear no creo que sea la mejor solución. besos. tere
ResponderEliminarY que lo digas. Con los berridos solo consigue alterar a los bichos... y a mi
EliminarYo soy más de gatos, incluso uno q tuve le gustaba dormir encima de mi cabeza, aun no se porque. .seria q lo veía todo blancoooooo
ResponderEliminarYo también he tenido gatos. Son una pasada, el carácter es especial, ELLOS son los amos. Tu gato estaría a gusto en tu cabeza, digo yo, si no te aseguro que no se pondría. Mi gata Mina se me metía dentro de la cama y se ponía justo a los pies. Pa que veas que para gustos los colores. Gracias por pasarte..
EliminarTienes razón en que esto ocurre por la calle con muchos perros. La gente que tiene perros pequeños cree que no importa llevarlos sueltos cuando en realidad muchas veces son estos perros, que a veces son muy dominantes, los que desencadenan los conflictos. Y si sufren el ataque de otro perro más grande, que si va atado, deberían asumir que la culpa es suya. La ley dice que los perros deben ir atados.
ResponderEliminarAlgunos amos también deberían ir con cadena... y bozal!!!
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