Solían decir
que el diablo no se reía nunca y era cierto: Sor Sacramento, también conocida
como “el diablo”, jamás sonreía. Quizá no pudiera o no supiera, o quizá
simplemente es que se complacía en ofrecer a sus pupilas ese eterno gesto de
desagrado que tanto nos atemorizaba. Sin embargo en una ocasión estuvo a punto
de hacerlo, y es en ese instante (o un pelín antes, para ser precisos) cuando
comienza mi historia.
La comida en
el colegio era terrible. Durante los años que permanecí en él me convertí en
una experta en el arte de camuflarla y deshacerme de ella. Una auténtica
Houdini. Las monjas no me cogieron ni una sola vez, pero sabía que Sor
Sacramento empezaba a sospechar, pues la había sorprendido vigilándome en más
de una ocasión.
Ese día estaba
tratando de librarme de una patata cocida que estaba más repugnante de lo
habitual. Quise tirarla por una de las ventanas que daban al patio, pero había
amanecido ventoso y las cristaleras estaban cerradas a cal y canto, así que
escondí la patata en el bolsillo de mi “baby” y , dado que los baños y las
papeleras estaban muy controlados, decidí enterrarla. ¡¿Qué queréis?! Tenía
sólo once añitos y estaba nerviosa, cansada y muy hambrienta… así que no se me
ocurrió nada mejor.
Sabía que
había un trocito de patio sin pavimentar situado en una de las esquinas y no
solía estar vigilado, así que me dirigí hacia allí con todo el disimulo del que
fui capaz. En cuanto me aseguré de que nadie
me observaba cogí una piedra, me arrodillé y comencé a cavar pero al
poco escuché un ruido tras de mí, un suave frufrú y el eco de un carraspeo, y
me volví conteniendo el aliento: Sor Sacramento me miraba con el ceño fruncido
y los ojos muy, muy abiertos.
¡Casi me desmayo!
Esperaba la reprimenda más sonora de mi vida
pero no me dijo nada. ¡Nada! Sus ojos iban de mi cara a la piedra, de la
piedra a la patata y vuelta a empezar. Y entonces lo vi: noté una mueca curiosa
en la comisura de sus labios, un leve rictus, un gesto que resultaba innatural
en su rostro severo. Si, estaba sonriendo, sólo un poquito, apenas nada… Se dio
la vuelta sin pronunciar palabra y me dejó sola.
Cuando
les conté esta historia a mis amigas no me creyeron, dijeron que era imposible
y que era una trolera. No pude convencerlas de que les contaba la verdad. Y la
verdad no era otra que, ese día, el diablo casi sonrió.
Imagen tomada de la red. Si el autor lo solicita, procederé
a retirarla del blog.
Jajaja, pero el diablo también come...¿no? yo creo que probaría antes las patatas y te entendía perfectamente...
ResponderEliminarsiii... ¡¡¡pero con ese carácter seguro que le gustaban las patatas CRUDAS!
EliminarQué divertida anécdota y seguro que nos contarás alguna más.
ResponderEliminarY tanto... ¡¡¡al blog que van!!! Besitos
EliminarMuy bueno chari,a veces nos sorprenden la reacción de las personas jejeje
ResponderEliminarDesde luego, fíjate si era sorprendente que nadie me creyó... Gracias por leer y comentar, Pedro. Besitos
EliminarThank you for sharing a great story, Chari. I also went to Catholic school but it was not a boarding school like yours. I walked to school from home every day and had my mother's cooking, prepared with love, for every meal. However, one of my teachers was one Sister Merici. She might not have been el diablo but she never, ever, ever smiled. You could tickle her ass with a feather and she would not smile. She was a "piece of work."
ResponderEliminarTe respondo en castellano porque el inglés no me llega para tanto (¿cómo escribes y lees tu tan bien en ambos idiomas?). Me he reído mucho con tu descripción de Sor Merici, ella y mi diablo particular hubieran hecho buenas migas. La verdad es que esta es una de las pocas historias divertidas que puedo contar acerca de aquellos días, Sor Sacramento se encargó de hacerme la vida imposible en el cole. Era un auténtico bicho. Mil besos y gracias por tus comentarios, me encantan. (leo inglés mucho mejor de lo que lo escribo)
Eliminarme ha gustado mucho tú anécdota, ay las apariencias que engañosas son, y para una niña sorprende mas todavía, estoy segura que te quedan muchas y me gustaran tanto como está. besitos. tere
ResponderEliminarPues si que quedan, un montón, y las compartiré encantada contigo. Un beso, Tere
EliminarQuizás sonrió porque sabía que te quedarías con hambre. Se cual sea el caso, la historia te va metiendo, te dejas llevar por las palabras y eso es...verdaderamente MÁGICO. Me encantó, lo disfrute mucho. Nunca dejes de escribir y compartir tus puntos de vista. Mi respetuoso abrazo.
ResponderEliminarUn abrazo enorme para ti, Luis, por leer y por comentar de una forma tan agradable. Estoy encantada de que te hayas pasado por aquí y de que te haya gustado
EliminarEsta fue una historia interesante, aunque mi experiencia con las monjas no fue por mucho tiempo. A pesar de que me fui a la escuela católica vivía en una casa normal de embarque
ResponderEliminarEsos años fueron probablemente los años más felices de mi vida, incluso si tuviera que aguantar a una monja gruñón o dos. Yo era el infierno en la ruedas de a esa edad, siempre lleno de travesura, incluso si eso significaba conseguir una palmada en el culo con una ruller. Jejeje. Como he dicho, mucho más buenos recuerdos entonces los malos. Muchas gracias por compartir esta historia, querido amiga Chari.
Me alegro de que tuvieses buenas experiencias. Fíjate, yo no era nada traviesa y siempre me llevaba la bronca, aunque nunca me dieron con la regla en el culo!!! Jsjajaja
EliminarA mi me pasó lo mis móvil cuando me pillo con una lagartija escondida en la caja de la flauta. Pensé que me iba a expulsar pero a solas le dio risa. Era un caso sor Sacramento....😄😄😄 me la puedo imaginar en la situación que cuentas
ResponderEliminarYo la llamaría algo más que "un caso"... jajajaá... seguro que muchas de nuestras compañeras de cole me darán la razón. Pero ese día, ese único día, fue guay conmigo
EliminarPara mi que ese diablo no pudo contenerse al pensar que sembrabas una patata cocida. Me gusto.
ResponderEliminarSi, la pillé desprevenida. Gracias por venir a leer y por tu comentario
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