El don de Cyrano

 

Tuve una temporada en que me dio por escribir cartas. Si, cartas (gugleadlo si no sabéis lo que son) porque entonces no tenía Internet -ni nadie, supongo- y lo más parecido a conocer  gente en las redes sociales era poner un anuncio en una revista o periódico en la sección de “amistad” (entre la de “contactos = pilinguis” y la de “ventas de ocasión”).

Recuerdo que el buzón de mi casa siempre estaba atiborrado de sobres para mí pues me carteaba con más de treinta y cinco personas… ¡qué moral! Y no os penséis que mis cartas eran breves, qué va, creo que mi récord está en una que me ocupó veintidós folios a doble cara, con mi letra menudita, redonda y perfecta… casi nada. Como veis, siempre he tenido mucho que contar.

Imagen tomada de la red. Si el autor lo solicita, procederé a retirarla del blog.

Llegué a pensar que estaba poseída por el espíritu de Cyrano de Bergerac, no se explica de otro modo pues enamoraba a todo el mundo con mis misivas. Tenía ese don,  o superpoder… o maldición: al poco de comenzar a intercambiar epístolas empezaba a recibir declaraciones de amor, postales con fotografías de amantes cogidos de la mano paseando a la orilla del mar o poemas de lo más rocambolesco. ¡Hasta me compusieron una canción!

Me guardaba, por supuesto, un as en la manga para lograr “desencantar” a mis enamorados: mi foto. Pensaba: “en cuanto me vean el careto se desenamoran seguro”, pero debe ser que no soy tan fea porque ni por esas. En fin, fue una temporada complicada porque se exigía de mí mucho más de lo que estaba dispuesta a ofrecer: sólo buscaba amigos y, de los treinta y tantos, sólo logré conservar a dos, Anna y Mario, con los que tengo una relación fantástica.

Algunos años después llegó Internet. Y me enamoré. Mis e-mail eran una pasada, aunque esté mal que yo lo diga.  Y no sólo lo decía yo (que, en ocasiones, parece que no tenga abuela), también el hombre al que estaban destinados… y la mujer a la que, por error, le llegaron TODOS mis correos, hasta los más íntimos. Cuando recibí la cariñosa misiva de esta señora que estaba encantada con mis mensajes y mis “poéticas palabras”  fue cuando confirmé con absoluta certeza que estaba poseída por el espíritu de Cyrano. ¡¡¡Qué cruz!!!