Nunca fui una
niña traviesa, y menos aún en el colegio porque había algunas monjas que me
daban auténtico pavor, pero tuve mis momentos y uno de ellos es el que os voy a
contar.
Una
mañana, Sor Sacramento nos expulsó de clase a mí y a mis amigas Mati y Edel
porque nos sorprendió hablando. Nos dijo que fuésemos a buscar a Sor Carmen y
que nos quedásemos con ella hasta terminar el castigo, pero cuando llegamos a
la portería, la monjita que era ya muy mayor estaba profundamente dormida en su
silla, y nosotras nos tomamos aquello como un mensaje de la providencia: ¡nada
de castigos, éramos libres!
Edel
me desafió entonces a coger las llaves que la monja llevaba atadas al cinto de
su hábito y yo, que siempre he sido como Marty McFly (el de “Regreso al futuro”,
que es incapaz de dejar que le llamen gallina) acepté el reto. Además, se
apostó veinticinco pesetas, toda una pasta… no lo pude resistir. Gané, por
supuesto, Sor Carmen siguió roncando tranquilamente y nosotras nos fuimos al
patio con las llaves, ahora nos quedaba decidir qué hacer con ellas. La
respuesta era más que obvia para tres crías inquietas: abrir la puerta del
teatro.
En
el colegio corrían rumores, “leyendas urbanas”. Una de ellas decía que en los
sótanos las monjas ocultaban a un “prisionero de guerra”, al que llevaban
alimentos a diario. Muchas de mis compañeras juraban haber oído voces que
salían de los pasillos subterráneos; otras afirmaban que a veces se escuchaban
lamentos. Aunque me lo creía todo a pies juntillas, sentía la imperiosa
necesidad de investigar y la suerte nos había servido en bandeja la posibilidad
de hacerlo.
Una
luz mortecina iluminaba el teatro cuando nos adentramos en él. Pasamos por detrás del escenario y vimos las
viejas piezas de utilería y las escalas de cuerda desgastadas por el tiempo;
luego descendimos unas escaleras y nos internamos en los pasillos. Caminábamos despacito, conteniendo el aliento,
atentas a cualquier ruido.
Abrimos
varias puertas que conducían a habitaciones en las que las monjas amontonaban
sin orden ni concierto los artículos más diversos, desde pupitres desgastados
por el uso hasta aros y pelotas que se utilizaban durante las clases de
gimnasia. Nada del otro mundo. Ya sólo nos quedaba registrar la habitación que
había al fondo del corredor.
Esta
puerta estaba cerrada con llave y no pudimos abrirla. Estábamos forcejeando con
la cerradura cuando oímos un sonido que provenía del otro lado. Era como si
alguien (o “algo”) se estuviera arrastrando hacia nosotras. Nos quedamos
inmóviles un par de segundos y luego comenzamos a gritar mientras corríamos
hacia la salida. Cuando la alcanzamos, sudorosas e histéricas, nos dimos de
bruces con Sor Carmen, que al parecer tenía el sueño más ligero de lo que
intuíamos.
Nos
quedamos castigadas toda la mañana en una de las clases, bajo estricta
vigilancia. Recuerdo que estaba sentada junto a la ventana de modo que podía
observar el patio. Puede que siguiera asustada o que mi imaginación se
desbordara de nuevo, pero puedo jurar que ví a una de las monjas abrir la puerta
del teatro. Llevaba en sus manos una bandeja llena de comida.
Imagen tomada de la red. Si el autor lo solicita, procederé
a retirarla del blog.
Chari, si lo puedes jurar es que algo pasaba. No digo yo un prisionero de guerra, pero...¿y si fuera un gatito? ahora bien, servirle comida en bandeja, no sé yo ;-)
ResponderEliminarYo que también fui a un colegio de monjas, recuerdo que a todas nos creaba mucha curiosidad sus "aposentos" (que nunca pisábamos, claro está), pero intentábamos imaginar cómo serían, y tenía una amiga a la que le intrigaba mucho qué pelo llevarían debajo de esos velos que cubrían sus cabezas.
Qué historia tan divertida y bien contada, Chari, ¡genial!
Un beso muy grande
Pues yo si que me metí en el cuarto de las monjas, sólo una vez, mi curiosidad era demasiado fuerte. Lo que no entiendo es que no me pillaran, menos mal!!!
EliminarMe alegra que te haya gustado la historia, Chelo, muchas gracias por tu comentario.
Un beso enorme
Ayyyyy me encantan estas historias!!!! Yo tampoco era traviesa pero sí que hice mis incursiones en sitios donde había espíritus(de muertos de la guerra, que manía con la guerra) o me iba a dar de comer a animales que yo creía que pasaban hambre.
ResponderEliminarUn besito y he disfrutado mucho, molan estas historias.
Feliz viernes.
Traviesa no era, pero curiosa un rato, y me metía por todas partes, unas veces por que me retaban y otras por simple aburrimiento... acabo de acordarme de otra anécdota. Ya os la contaré...
EliminarMuchos besos y mil gracias por comentar. Me alegra que te gusten mis historias :)
Vaya los misterios que encerraba tú colegio. Y si viste llevar una bandeja de comida no ibais muy mal encaminadas. un beso. tere.
ResponderEliminarVete a saber, a lo mejor a la pobre monja le apetecía tomarse un aperitivo en soledad... pero es que nuestra imaginación estaba desbocada, pues buenas éramos a esa edad. Un beso enorme, Tere
EliminarLas monjas ocultaban a alguien. No era un prisionero. No puedo decir quién era, porque es un secreto. Aún hoy, al cabo de tantos años, sigue siendo un secreto. Lo sé, porque fui su cómplice. Pero seguramente eran otras monjas (las mías no eran "sores" ni vestían de monjas), otro colegio, otros años. Buena historia, Chari. Un abrazo de traviesa a traviesa (porque no me creo que no lo fueses) ;)
ResponderEliminarBueno, algo traviesa sí sería porque me conocía el colegio mejor que todas las demás juntas. Hasta entré en las habitaciones de las monjas... pero era porque, como estaba exenta de la gimnasia, me dejaban sola, encerrada en clase. Y yo me escapaba ;) Y a curiosear!!!
EliminarMuchos besos, Carmen, gracias por pasarte.
Estupenda narración y estupenda historia. Estas anécdotas son las que luego recordamos a lo largo de la vida. En mi cole también había una Sor Carmen, y también fantaseábamos con las puertas cerradas, sobre todo con la escalera que subía a la clausura ¡Qué misterios! y ¡Qué recuerdos! Muchas gracias por tu entrada, hoy me has hecho volver a ser niña por un rato.
ResponderEliminarMe alegra haber conseguido eso, cuando escribo cosas así yo también vuelvo a ser niña por un momento. ¡¡Cuántas emociones!! Muchos besos, Macarena, mil gracias por venir
EliminarMuchas gracias por compartir su experiencia con la hermana Carmen. Fui a una escuela que fue atendido por las hermanas, pero no era un internado. Algunas de las hermanas estaban muy bien, al igual que la maestra de primer grado, la Hermana Carmelita, y algunos eran muy sabios en los caminos de niños en la clase, al igual que la hermana Helen Marie, quien enseñó el séptimo grado (12 años de edad). Ella nos dijo que ella podía oír crecer la hierba! Usted podría rara vez salirse con la suya en su clase! Lo único que estas monjas mantienen alrededor era niños de la detención después de clase! Que tengan un buen fin de semana, Chari!
ResponderEliminarLos que fuimos a cole de monjas tenemos, seguro, un montón de anécdotas parecidas, Se me ha olvidado decir que Sor Carmen era un encanto de persona, que jamás se enfadaba (o casi) y que sin ella, mi vida en el cole hubiera sido mucho peor, se portó muy bien conmigo.
EliminarUn beso, Paula
Muy buen micro, reviví experiencias propias de i infancia, también estudié con monjas. Sería entretenido si contaramos esas anécdotas. jajaja
ResponderEliminarSí, sería un tema estupendo para compartir, seguro que tendrás miles de anécdotas tan interesantes como la mía o mucho más. Un beso grande,. Maria E, y gracias por leer y comentar
EliminarNunca fui a un internado, pero fui a una escuela católica y vivía en una casa normal de embarque. Eso fue sólo por una invierno. No me gustaba la escuela, que no me gustaba ninguna escuela cuando yo era un niño. Pero en el casa de embarque tuve una experiencia. Tal vez una tontería pero era bastante aterrador en ese momento. Compartí la habitación con otra chica, nos llevamos bien, que utilizamos para merodear alrededor de la casa de huéspedes en la noche ya veces roban las galletas u otros dulces en la cocina. Pero éste fue noche muy aterrador para mí. Mi compañero de cuarto consiguió uno de los que brillan en la rosario oscuros, yo nunca había visto antes. Después de luces que lo vi brillando en su tocador, pensé que era un fantasma y salté de la cama gritando y salté en la misma cama que mi compañero de cuarto. Gracias para compartir una muy interesante historia amiga Chari
ResponderEliminar¡¡¡No me extraña que te asustaras!!! Cuando eres niño, tienes la imaginación muy activa, todo es una aventura, y las cosas cotidianas se convierten en auténticas aventuras- Mil gracias por venir y por tu comentario. Besitos
EliminarYo fui a un colegio laico y lo de quitar las llaves era más fácil porque estaban en un cajón y sólo había que esperar a que el bedel se fuera a desayunar para acceder a su garita. El problema es que no teníamos teatro, tan solo un salón de actos canijo sin ningún atractivo misterioso. Dios le da pan a quien no tiene dientes :(
ResponderEliminarMucho más emocionante tu cole que el mío, te lo digo yo.
Un beso
Sí, sí, emocionante... pero algunas monjas eran de la piel de Satanás, te lo aseguro. Bueno, para no exagerar, sólo había una ¡¡¡¡gracias a todos los cielos!!! que nos hacía la vida imposible. Las demás no estaban nada mal y Sor Carmen era un auténtico cielo.
EliminarUn beso, Kirke, gracias por tu comentario.
Me ha encantado! Ahora que si yo veo a la monja llevar la bandeja de comida me marca el evento para toda la vida! Ohhh... Ahí seguro que todavía está el prisionero de guerra ¿Qué te apuestas? ¿A qué no eres capaz de ir a comprobarlo? ¡Un 1 euro a que no vas! jejeje...
ResponderEliminarBesos!
Soraya.
Jajaja, esta vez no acepto la apuesta, porque uno, el colegio fue derribado :( dos, fue hace siglos, así que si era prisionero de guerra debe estar criando malvas
EliminarEl hecho me marcó, en serio, es como si lo estuviera viendo ahora y te hablo de hace muuuuucho tiempo.
Un beso, Soraya, gracias por tu comentario y feliz finde
Siempre me dejas con la duda de si es realidad o pura ficción lo que nos cuentas. Yo también estudié en un colegio de monjas y las hice muy gordas. Al lado de nuestro colegio, sólo cruzar a la acera de enfrente, había un colegio masculino de curas y se decía que había pasadizos subterráneos de cuando la Guerra que conectaban ambos colegios. También lo buscamos sin éxito. Se ve que las leyendas urbanas son muy similares (o ciertas). Tus aventuras de colegio me recuerdan a las mías, aunque sospecho que las mías fueron unos cuantos años antes.
ResponderEliminarUn beso.
Pues es todo real, la mayoría de las cosas que escribo o son reales o están basadas en algo real. En mi cole había un montón de leyendas, y yo fui el origen de al menos una, ya os la contaré. Y no sé tu edad, pero yo acabo de cumplir los 50, no andaremos muy lejos, seguro.
EliminarUn gran beso, Rosa, feliz fin de semana
Qué misterio... qué habría allí dentro? Yo no hubiera podido resistir, de una forma o de otra, habría entrado jeje
ResponderEliminarBesitos!!!
¡¡¡Uff, qué va, con lo que nos vigilaban después!!! En otra ocasión sólo llegamos hasta la parte de atrás del teatro, nos pillaron en plena faena, aunque a mi no me cogieron, jejeje. Mis amigas fueron leales y no me delataron. ¡¡¡Grandes chicas!!!
EliminarBesitos, Flora, feliz finde
Ya stoy esperando mas anécdotas Chari, así q no tardes!.
ResponderEliminarRecuerdos traes a la mente de quiénes "vivieron" algunos años en colegios de monjas.
Me he divertido.
Te sonrío con el Alma.
Me alegra muchísimo que te haya divertido y que te haya traído recuerdos, comparto los míos con todo el cariño y me alegra que os lleguen y os entretengan.
EliminarUn beso enorme, y feliz fin de semana
Que travesura tan simpática Chari, y el susto que os llevasteis jajajajajaj, es un bálsamo de alegría recordar momentos de la infancia, ¡nos vemos tan mayores entonces! Yo tampoco considero que fuese traviesa en el colegio, pero alguna que otra travesura también cayeron.
ResponderEliminarLo del prisionero de guerra está genial.
Me divertí una vez más leyéndote.
Gracias y abrazos de cariño.
Sí que da alegría recordar los buenos momentos, y es cierto que, a pesar de no ser traviesa, caía alguna que otra... ¡¡¡somos humanas!!! Y éramos niñas, esa es la excusa perfecta.
EliminarGracias por leerme, por tu comentario y por pasarte siempre por mi blog. Un beso enorme y feliz finde
Por lo que he vivido en colegio de monjas, los primeros prisioneros de guerra son siempre los alumnos y - en mi caso, e intuyo que también en el tuyo - las alumnas: prisioneros y prisioneras de miedos alimentados por esas leyendas urbanas que me metían pavura de niña. Muy bien narrado, Chari.
ResponderEliminarUn beso y muy buen finde ;)!
Fer
Es cierto, había un montón de leyendas, a cual más terrible... al menos con nuestra travesura sólo nos llevamos un buen susto y no fue nada peor.
EliminarMe alegra que te haya gustado. Un beso enorme, Fer, feliz sábado
Me ha hecho sonreír estas leyendas de cole de monjas que compartimos...
ResponderEliminarEn el mio también había desde una mano negra que estaba en las calderas o en el baño, pero que daba pavor...aún hoy ¡¡¡desconozco qué era la mano negra!!!
Los aposentos de las monjas...eran el gran misterio y sí que habíamos hecho incursiones por la escalera de caracol hasta el tercer piso que era privado...pero nunca nos atrevimos a pasar ni siquiera al pasillo...
Yo no tengo una mala experiencia del colegio ni de las monjas, aunque eran peculiares, algunas mejores y otras un poco retorcidillas pero...tengo bonitos recuerdos de infancia e inocencia
Uy, en el mío también había una mano, pero era roja (por la sangre) y salía en el gimnasio o también en los confesionarios, jajaja. Yo sí me adentré en los cuartos de las monjas, era muy curiosa, me lo recorrí todo de arriba abajo, y nunca me pillaron.
EliminarYo tengo mala experiencia con sólo una monja porque era mala gente, pero malas personas hay en todos lados, hasta en los colegios de monjas.
Un beso y mil gracias por leer y por tu comentario
Pues me parece una travesura estupenda, Chari. Del tipo que todos los niños deben experimentar. En cuanto a las monjas, no les tengo demasiada simpátia, aunque tu historia me las redime un poco.
ResponderEliminarUn besico.
Yo sólo puedo quejarme de una monja, que era Satanás con toca, el resto era muy buena gente. La otra era la manzana podrida,
EliminarUn beso, Sue, gracias por venir
No sé, yo creo que era más cuestión de imaginación calenturienta de unas niñas algo traviesas, pero te aseguro que lo que cuento es cierto, una monja se metió en el teatro con una bandeja de comida, a lo mejor la pobre tenía hambre...
ResponderEliminarGracias por leer y por tu amable comentario.
Feliz fin de semana, un abrazo
Jeje, la próxima la del confesionario. Ya sabes cual.....
ResponderEliminarSíii, ya lo tenía pensado, jejeje. Un beso enorme!!!
EliminarQué miedo por favor!!!! Aunque también me has hecho reír a carcajadas imaginándome la escena, ;)
ResponderEliminar¿Qué habría allí? Es una historia que merece ser investigada, jijiji
Besos.
Uff, ahora me río, pero entonces creí que me moría de la impresión. Pero lo recuerdo todo con gran cariño, y me encanta compartirlo con vosotros. Mil gracias por pasarte, Irene, que tengas una semana genial. Besos
EliminarCon este relato, ya conozco un poco sobre tu infancia y el lugar donde te educaron. Igualmente ya sé que eras una Chari "Mcfly" jeje. Así que al final de todo, fue difícil precisar si viste lo que querías ver, o realmente viste lo que intentaste averiguar antes de terminar gritando y huyendo del teatro jeje.
ResponderEliminar¡Un saludo!
Pues sí, ya me conocéis un poquito mejor. Todavía recuerdo la escena, como si la estuviera viendo ahora mismo, así que al menos se que fue real... A saber que haría la monja con esa comida, pero la llevaba segurísimo. Un beso, JC
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