Ayer domingo,
en mi paseo con Fibi me llevé la cámara, pero estas primeras fotos que
pongo aquí las hice la primera el sábado y la segunda ayer, ambas con el móvil. Quería que fueran desde el mismo
lugar y a la misma hora para que podáis ver la diferencia.

Esta es del domingo ¡¡Menudo cambio!!
¿Quién me iba
a decir a mí el sábado que iba a encontrarme con un paisaje tan bonito? El sol,
oculto entre las nubes perla, parecía la luna. Se podía contemplar sin sentir
molestia en los ojos porque era más un suave reflejo dorado que la luz potente
y cegadora a la que estamos acostumbrados.
Estuve un rato
parada observando como entraba y salía de entre los cúmulos, haciéndolos
brillar, irisándolos en los contornos cuando los hería con sus rayos. Pensé que
era una pena no haber cogido la cámara, pero me contenté pensando que, de todas
maneras, hubiera necesitado un filtro o un objetivo muy especial para captar la
imagen tal y como yo la estaba percibiendo.
No era sólo el
color del cielo, que parecía reflejar el acero de un mar casi sin olas; no era
únicamente que todo parecía estar envuelto en una atmósfera mágica, fresca y
revitalizante. También era el suave roce de la brisa marina en mi rostro, y el
canto de los gorriones desde las palmeras. Era el olor a limpio, ese aroma a
“mundo recién lavado” que se queda en el ambiente tras una tormenta.
Al dejar el
paseo de la playa, llegando a la estación del tram, hay un par de pinos bastante
frondosos desde los que suelen saludar las tórtolas. El sábado no pude verlas,
pero en el aire se respiraba un perfume de resina, de brotes verdes y savia
nueva. Normalmente no huele así porque el aroma de las algas y del mar lo
inunda todo.
Ayer en cambio
ya olía a verano como siempre. El camino que lleva a la playa estaba lleno de
gente que se dirigía a tomar el primer baño de la temporada. Las tórtolas,
que el sábado no asomaron la cabecita, estaban por todas partes. Parecía que el
mundo se estaba despertando después de haber hibernado un solo día.
Las flores
siempre parecen más bellas tras la lluvia, y atraen a abejas y avispas. Las
caracolas se pusieron de acuerdo para estirar las patitas desde sus conchas; el
gato dejó de asearse para contemplarme con esos enormes ojos color mar, y la
tórtola se esponjó para intentar camuflarse y parecer una piña más.
Tanto el
sábado como el domingo, todo lo que vi me pareció precioso. Se bien que con mi
cámara no puedo captar esa belleza, no porque no sea potente, o porque le falte
capacidad, es porque no existe un aparato que pueda recoger y plasmar la
esencia de lo que yo veo o el modo en que lo hago.
Me haría falta
una lente especial o un objetivo que pudiera poner en modo “ojo enamorado”. Quizá así lo
consiguiera.
* Compañeros de paseo
* Ena(mar)morada
* Un paseo por el parque La Marjal