En el colegio,
las monjas me llamaban el “farolillo rojo” porque siempre me quedaba la última
en el comedor. Nunca me sentó mal, sabía que el mote no tenía mala intención y
las entendía: yo también me habría cansado tener que aguantar a alguien que
jamás tenía ganas de comer. Al principio me daba algo de agobio ser la última,
pero enseguida me di cuenta de que podía representar una ventaja pues las hermanas
se hartaban de ver cómo mareaba la comida en el plato, se marchaban y yo podía
deshacerme sin problemas de lo que no me gustaba.
Recuerdo un
día que nos pusieron alubias. Ahora me encantan, pero de niña las odiaba, no
podía tragarlas. Sor Rosario era una monjita muy mayor que nos cuidaba en
comedor, y era una de las personas más buenas que he conocido en mi vida. La
pobre me veía palidecer ante la comida y nunca sabía que hacer para aliviarme.
Ese día en concreto, para animarme, me dijo que únicamente me iba a poner diez
(¡¡¡DIEZ!!!) judías, y que no me obligaría a comer más.
No era un mal
trato ¿verdad? Pues aún así se me cerraba el estómago ante la perspectiva de
tener que lidiar con aquellas diez horribles alubias que en mi imaginación
adquirían el tamaño de sandías. Les daba vueltas y vueltas con la cuchara, como
si con ello pudiera conseguir que se disolvieran en el insípido caldo que las
acompañaba.
Cuando me
quedé a solas en el comedor ya tenía claro cómo librarme de ellas: ¡¡Las
escondería entre la loza sucia que había amontonada en el carrito de la
comida!! Sin dudarlo, puse mi plato
debajo de los de mis compañeras, apreté y… ¡¡¡todos los platos se partieron por
la mitad!!! No exagero, se quebraron justo por el medio, que era donde estaban
las alubias. Casi me da un ataque. Cogí los platos rotos, los dejé escondidos
entre los demás y salí pitando del comedor.
Al día
siguiente me encontré con Sor Rosario en el patio, pero la esquivé antes de que
pudiera preguntarme si me habían gustado las alubias, aunque ahora que lo
pienso podría haberle contado la verdad, o al menos parte de ella, sin
arriesgarme a una reprimenda. Le podría haber dicho que las había “encontrado” bastante
duras.
Imagen de la red. La eliminaré del blog si el autor lo solicita. |
Y yo que te hacía carita de "no haber roto nunca un plato" ;-) La monja buenina no te hubiera reñido, seguro, Chari.
ResponderEliminarGracias por la anécdota y la sonrisa, ¡un beso y feliz findesanvalentín!
Y nunca rompí un plato.. hasta ese día, jajaja. Seguro que las judías estaban como rocas, pero supongo que los platos tenían ya una edad...
EliminarUn placer compartir mis anécdotas con vosotros, Chelo. Mil besos y feliz finde
Genial, como todas tus aventuras de colegio y contada con gran chispa y humor. Algún día me dirás en privado si son reales o inventadas, ja, ja.
ResponderEliminarUn beso.
¡¡Son totalmente reales!! Por supuesto, sólo os cuento "las buenas", si me pusiera a contar las malas experiencias, podría llenar varios blogs. Pero siempre intento acordarme de los momentos positivos, en solitario o con mis amigas, que fueron los que me alegraron esos días. De fastidiarlos, ya se encargaba Sor Sacramento.
EliminarAún me quedan algunas historias más que contaros, y todas igual de reales que éstas.
Un beso enorme, Rosa
Jajajaja, me encantan tus aventuras de colegiala!! Yo me quedé muy poco en el comedor, pero mi hermana y yo siempre estábamos castigadas en la cocina, creo que ya conté que una vez me dijeron que no me iría hasta comer todo el pescado con la piel, y allí estaba yo, sin abrir la boca, y cuando ya se iban todos a casa por la tarde me dejaron marchar por imposible, no fui ni a clase pero comer, no comí.
ResponderEliminarUn besín y feliz fin de semana.
Yo pasé desde 2º hasta 8º, porque en casa todos trabajaban. Y a mi me costaba muchísimo comer, y encima, la comida del cole era asquerosa. Me volví experta deshaciéndome de ella y nunca me pillaron... ¡¡era un crack!!
EliminarMe alegra que te gusten mis aventuras, ya conocéis mis dos motes "mosquito" y "farolillo rojo", aunque vete a saber lo que me llamaban las monjas a la espalda, jajaja (no se lo reprocharía, te lo aseguro, era muy pesada)
Mil besos, Gema
Eso sí es verdad, duras tenían que estar un rato para que llegaras a partir los platos, jajaja.
ResponderEliminarMe ha encantado tu anécdota.
Un besillo.
Entre que las judías estaban duras, que los platos tenían una edad y que yo apreté con saña... es normal que se rompieran, jeje.
EliminarMe alegra que te guste mi anécdota. Un beso enorme, María
Muy buen,siempre nos resistimos a comer lo que no nos gusta y de niños mucho mas. Yo luchaba con mi hijo mayor por que comiera lentejas y por el pequeño por las judías verdes. Ahora comen de todo y se alimentan muy bien y sano. Un abrazo y gracias por compartir mis escritos. Besos
ResponderEliminar¡¡Uy, a mi las judías verdes me encantaban!! Sor Rosario, que era un cielo, me decía que no nos las podían poner en el comedor porque eran muy caras... Yo también como de todo, excepto las lentejas, que no las soporto.
EliminarMil besos, Mamen, comparto con mucho gusto todo lo que escribes, ya lo sabes.
Muchas gracias Chari por compartir y acabo de sacar otro entrega de arrugas, Me tienes que dar tu dirección de casa para enviarte un regalito. Mamen-piriz@hotmail.com
EliminarEnseguida te la mando, Mamen y gracias de nuevo.
EliminarVaya es curioso como hay comidas que de pequeñas las aborrecemos y luego nos gustan, a mi me pasa a la inversa con el pescado, de pequeña comía y ahora no puedo ni verlo, me obligo solo a comer emperador o atún de vez en cuando y sopa de pescado con fideos si no ni de broma, y es que sobre todo mi abuela paterna era pasión sobre todo por el lenguado y cuando era pequeña y te ponias mala venai con el lenguado y acabe agobiada de tanto pescado. Me ha encantado tú anécdota y como se resquebrajaron todos los platos sorprendente al menos. un beso enorme. TERE
ResponderEliminarA mi ahora me encantan las judías, y casi todo lo que detestaba de pequeña... excepto las lentejas, las odiaba antes y las odio ahora, sólo con olerlas... puajjj. No me extraña que tu aborrecieras el lenguado, jajaja.
EliminarMe alegra que te haya gustado la anécdota, Tere. Un beso enorme
A mi hijo le pasa igual, cuando le toca legumbres dice que "las comerá cuando sea mayor" y se queda tan pancho. A veces, cuando tratas de quitarte un problema de encima, este se hace mayor. Es la moraleja que yo encuentro a tu historia: seguro que te dejas las judías y es menor el estropicio, jeje.
ResponderEliminarSaludos.
Pues sí, al menos los platos se hubieran salvado, jeje, y la verdad, obligarte a comer diez judías, para eso es mejor no poner nada, ¿verdad? En fin, alguna sana lección pretenderían inculcarme... y salieron perdiendo.
EliminarMil besos, Gerardo
Qué bueno, jaja Chari, esas anécdotas las cuentas y me hacen "partir" de risa, me imagino los plantos, las alubias. A mi tampoco me gustaban las lentejas y ahora me encantan..... un beso amiga mía
ResponderEliminarUy, yo las lentejas sigo detestándolas a muerte. Es uno de los dos "odios" que he mantenido desde pequeñita, el otro es la leche. Me encanta el queso, los flanes y hasta la nata, pero la leche... aggg, no puedo ni olerla.
EliminarMe alegra que te haya gustado la anécdota, Emerencia. Un beso enorme
Hoy no he sonreido leyéndote, Chari, hoy directamente ma has arrancado una carcajada jajajaja. Me imagino tu agobio ante el "crack" de los platos y tu azoramiento hasta averiguar cómo los ibas a ocultar. Pobrecita, seguro que lo pasaste mal (aunque me sigue dando risa pensarlo). Parece que un ratito más de cocción no les hubiera ido mal a las alubias, no? :P
ResponderEliminarUn beso grande y mil gracias por tus maravillosas entradas!
Uff, lo pasé fatal. Me quedé helada, pero reaccioné enseguida, escondiendo los platos rotos entre los demás... menudo rato. Por suerte, se aburrían tanto de verme comer que me dejaban a solas, jajaja, algo bueno tuve que sacar de eso.
EliminarMil besos, Julia, no sabes qué ilusión me hacen siempre tus comentarios tan maravillosos
Chari, I am thankful that I never went away to school. Although the relationship between my mother and me deteriorated over time (I left home as soon as I could support myself) she cooked things that I was happy to eat. I do not care what it was, she made it quite tasty. Thank you for sharing your story, "Red Lantern," and have a great weekend my Friend! Kisses!
ResponderEliminarLa verdad es que yo tenía problemas hasta en casa, por muy buena que estuviera la comida nunca tenía hambre y, para colmo, pocas cosas me gustaban. Y mira ahora, que me comería hasta las piedras. Ahora soy de las primeras que terminan de comer, jajaja, qué curioso.
EliminarUn beso enorme, Paula
Nunca me ha gustado frijoles dulces que mucho, pero me encantó la de cerdo salada y frijoles mama hizo. Ella era una gran cocinera, había no mucho que no me gusta que ella hizo. Como muy lamentable cómo se los platos rompieron como la lo hacían, acaba de tratando de ocultar su plato debajo. ¿Quién podría anticipar que?
ResponderEliminarLo que era agradable tu tenía un buen amigo con una de las monjas de edad avanzada. Es bueno tener un confidente. Muchas gracias por compartir querida amiga Chari
Sor Rosario era un cielo, una bellísima persona. La pobre se compadecía de mí y de mi falta de apetito, y siempre trataba de animarme. Fui muy afortunada de contar con ella, de verdad.
EliminarUn beso enorme, Cindy
Cuántas veces pasa de pequeñas que algo no gustaba y ahora de adultos, sí, ¿verdad?
ResponderEliminarVaya anécdota, me sorprende que no te pillaran!
Besos
¡¡A mi también me sorprende, pero jamás me pillaban!! No era mucho de hacer travesuras, excepto a la hora del comedor, que me las pintaba sola, jeje.
EliminarMil besos, amiga
Yo siempre he sido, pero creo que lo era más de niño o quizá se notaba más, muy lento para comer, muy "calmudo" como me decía mi padre, pero además remilgoso, uyyyy la de cosas que no me gustaban, algunas siguen sin gustarme, así que el sobrenombre me sigue persiguiendo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho la historia Chary.
Abrazos.
Yo he cambiado muchísimo en eso, me costaba horrores comer y ahora... todo lo contrario, disfruto con la comida. No me extraña que las pobres monjas se desesperaran conmigo, tengo que reconocer que razón no les faltaba para ponerme el mote, jeje.
EliminarMe alegra que te haya gustado, Gildardo.
Un beso, amigo
Es para preguntar a esa monja cómo leches cuecen las judías, madre mía!
ResponderEliminarGenial, Chari, es un alivio que recuerdes con tanto cariño y humor cosas así porque a otra le hubieran quedado secuelas y no volvería a probar las legumbres en su vida.
Me quedan secuelas de otras cosas, pero de eso no porque, como puedes ver, tenía arte para librarme de ellas, jajaja. La pobre Sor Casilda, la cocinera, no daba para más, pero peor que las alubias eran los filetes rusos, pura piedra.
EliminarAhora me chiflan las judías, es curioso como cambiamos con la edad.
Un beso enorme, Kirke
ja,ja,ja. Eres la monda.
ResponderEliminarTuviste que una pequeña tremenda según lo que nos cuentas sobre tus aventuras del cole. Tus padres tenían que estar muy orgullosos de su nena inocente que destacaba en todo lo que hacía.
¡ya te digo, eres la monda!
Besos
Para otras cosas, era una "mosquita muerta", pero en el comedor salía el diablillo que llevaba dentro, o eso parece, jajaja.
EliminarMis padres de todo esto se enteraron con el paso de los años, las monjas no me pillaron jamás y yo me guardaba mucho de autodelatarme, excepto en una ocasión... pero eso es otra historia y merece ser contada en otro momento, como diría Michael Ende.
Un beso enorme, Francisco
¡Qué graciosa eres, Chari, porque esta vez con "las alubias" has marcado un hito, yo todavía sigo con dolor de tripa riéndome y escribiendo a la vez! ja,ja,ja,ja,ja,ja,jaaaa :D :D :D
ResponderEliminarYo también tenía problemas con las comidas, especialmente con la carne y la leche, me daban arcadas y no había forma de que pudiera tragarlas. Las legumbres ahí, ahí las comía, pero no te creas que me hacía mucha gracia, de manera que te comprendo perfectamente.
Miles de besos y que disfrutes de este fin de semana.
¡¡Me alegra haberte divertido!! Yo ahora lo recuerdo con risa, pero en su día... qué mal lo pasé, qué susto cuando vi que los platos se partían. Yo con la leche sigo teniendo problemas, no la soporto. ¡¡Qué difícil es pasar algo que no te agrada!!
EliminarMil besos, Estrella
Qué bueno Chari...
ResponderEliminarMe ha hecho sonreír recordando mis días en el comedor del cole, mareando de un lado a otro lo que había en el plato como si así fuera a desaparecer, ¡¡¡nunca desaparecía!!! Esperando el descuido de la monja que vigilaba para tirarlo o llenando alguno de mis bolsillos de la bata escolar...
Jajaja qué recuerdos, y con que gracia los cuentas.
Saludos
¡¡Mi bata escolar siempre iba hasta los bordes!! Solía ingeniármelas para coger alguna bolsa de plástico (entonces no eran tan comunes como ahora) y llenarla de lo que detestaba, jajaja
EliminarMe alegra haberte traído buenos recuerdos, Conxita. Un beso enorme
¡Tenías que ser una niña muy traviesa! La verdad es que cuando pequeñas renegábamos de mucha comida que ahora nos encanta. ¡Qué suerte tuviste de que no te pillaran!Yo era también un trasto, pero más torpe jajaja
ResponderEliminarUn beso ^^
La verdad es que no era demasiado traviesa, quizá por eso las monjas confiaran en que no iba a hacer nada malo... ¡¡¡y mira el resultado, jajaja!!!
EliminarUn beso, Laurita
Jajajajjaja ¡Pues menos mal que ideaste ponerlas bajo los platos y apretar! Si llegas a tirárselas a alguien, seguro que lo descalabras. Esas judías tenían pinta -por como lo has descrito- de esta más duras... No me extraña que no te gustaran.
ResponderEliminarUn beso
De esas no puedo decir si me gustaron o no, ni las probé. A parte de desganada, era muy cabezota y cuando decía que no a algo, era que no. En eso no he cambiado tanto, ya ves, jeje.
EliminarMil besos, Macarena
Yo y cualquiera... ¡¡¡Si eran como balas, jajaja, imagina lo bien que se podría combatir el crimen con ellas como arma, jajaja!!!
ResponderEliminarUn beso enorme, Julio David
Precioso post. Adoro los relatos de personas adultas que recuerdan anécdotas de infancia. Es tan gracioso ver cómo hemos cambiado y cómo han cambiado nuestros gustos!
ResponderEliminarAlgo parecido me pasaba a mí con las judias verdes y la leche. Las judías verdes han pasado a ser una de las verduras que más me gustan, en cambio... con la leche no puedo!
Feliz noche, querida amiga
Yo la leche la detesto desde niña, eso y las lentejas. Y en eso no he cambiado, pero ahora devoro la comida y no le hago ascos a "casi" nada, jajaja.
EliminarMe alegra que te haya gustado la entrada, Elisenda, un beso enorme
Afortunadamente en mi escuela no nos daban comida sino que mi madre me ponia mi refrigerio asi que puedo decir que me encantaban mis emparedados.
ResponderEliminarUn abrazo
Yo tenía poquísimo apetito, pero los emparedados sí me los hubiera comido, qué ricos. A mi me ponían uno para almorzar, y con eso y lo poco que picaba en el comedor aguantaba hasta que volvía a casa.
EliminarUn beso, Anto