Se abre la veda... ¡¡Es Navidad!!

Hoy, por fin, se abre la veda: ya puedo empezar a decorar la casa para Navidad. Por tradición, es el día de la Inmaculada cuando me “permito” sacar mis Cd’s de villancicos y ponerme a cantar como una posesa. ¿Qué por qué me hago esperar hasta el día 8? Porque conociéndome como me conozco, me pasaría cantando todo el año, y al final perdería la magia. Y es mágica también la espera. En cuanto cuelgue esta entrada, me pondré a la faena: voy a prepararme un té calentito, pondré el CD  a toda pastilla y empezaré a sacar las cajas de decoración  que guardo en el altillo.

Siempre pongo una corona en la puerta de casa, y este año tengo una preciosa y nuevecita que compré a principios de octubre. Como soy muy cuidadosa, los adornos me duran prácticamente para siempre. Cada año compro un par y así voy aumentando la colección y en esta ocasión, además de la corona, he comprado unas bellotas monísimas para colgar del árbol.

El árbol es lo que más me gusta, desde que era niña, más incluso que el belén. Me agrada poner el nacimiento, pero el árbol… oh, eso me vuelve loca. Adornitos de cristal,  dorados o rojos que parecen flotar entre las verdes ramas, lucecitas difusas que lo alegran todo, guirnaldas que lo envuelven como si fuera un regalo del reino vegetal… y en la punta, una estrella, o un angelito… o un hada, que también ellas están incluidas en mi celebración.

También pongo un calcetín, que comparto con Fibi, claro está, donde por arte de magia aparecen el día de navidad las chuches de mi perrita y algún que otro juguetito que tarda en cargarse dos segundos y medio. A veces también he puesto dibujitos en los cristales; otras, muñecos de tela o de pasta colgando de los pomos de los armarios. Y alguna vela también.

Adornar la casa, y en general la Navidad, me recuerda a mi infancia, una infancia feliz. Y me hace evocar a las personas que la hicieron mágica. Recuerdo a mi abuela, que me sobornaba con tortilla de patatas para que dejara mi puesto de vigía al lado del balcón donde Papá Noel nos dejaba a mis hermanos y a mí un saco con juguetitos y chucherías; y a mi abuelo, que una nochebuena que pasamos en el campo, tiró naranjas por la chimenea para que creyésemos que San Nicolás estaba cerca. Recuerdo la voz de mi padre cantando los villancicos, una voz bonita, educada, profunda. En una ocasión, hizo para mis hermanos y para mí de “estrella de Navidad”, agitando entre los pinos una luz para que creyésemos que el trineo de Santa Claus estaba cerca. Y me acuerdo, por supuesto de mi madre y de mi tía Mari Lola, nuestras dos madres en realidad, que lo daban todo porque nuestra Navidad fuese algo inolvidable. Y lo consiguieron.

Por eso me encantan estas fiestas, porque lejos de traerme la tristeza de su pérdida, me hace sentirlos más cerca de mí si cabe, como cuando era una niña y celebraba con ellos la nochebuena o el día de Reyes. Cuando adorno mi casa, cuando canto villancicos, cuando compro regalos para mis sobrinas… ellos están conmigo.

 

 

Desde "La voz de las olas"

Fibi y yo os deseamos a todos una FELIZ NAVIDAD